Un recordatorio: el domingo 7 de julio a las 17 horas (horario peninsular español) tendremos un encuentro con Michèle Petit a propósito de su libro: Los libros y la belleza. Somos animales poéticos que durará aproximadamente 30 minutos. ¿Quieres dejar alguna pregunta para ella? Puedes hacerlo en este enlace. Los suscriptores de pago recibirán el día 6 un correo con el link para acceder. ¡Gracias!
Foto encontrada en pinterest sobre cosas para hacer con tus libros…
Ahora va nuestra carta de este mes de julio que comienza fresco y lluvioso, como si la primavera no quisiera irse. Los colegios han terminado y en las redes todo el mundo habla de los “libros gordos” que van a leer durante el tiempo de verano. Entiendo que libro gordo significa también “libro complejo”, ese para el que necesitamos más atención y concentración, pero se ha estudiado que los tradicionales bestsellers cada vez son más cortos y los lectores de hoy en día buscan lecturas “ligeras”. Todo esto viene a cuento de otra entrada donde Gregorio Luri hablaba de la edad de nueve años como crucial para el desarrollo de lectores y que en Estados Unidos se llama “la decadencia del nueve”. De hecho es esa edad en la que las estadísticas de lectura indican un abandono de la lectura. La pregunta, después de tantos años de promoción de la lectura, de libros en bibliotecas y librerías, y de campañas de lectura, no debería ser si se lee o no, sino qué y cómo se está leyendo.
Me encanta leer biografías y memorias y encontrar esos momentos relacionados con libros. En el librito de Mario Muchnik Editar Guerra y Paz (ed. Gristormenta), el editor cuenta así cómo llegó a esa obra:
Fue un día a mediodía, en nuestro comedor de la calle Ayacucho, número 1822, en pleno barrio Norte de Buenos Aires, cuando mis padres tuvieron una conversación crucial en mi presencia.
-Yo creo que el chico ya está maduro para La guerra y la paz- dijo mi madre.
-Hmmm… -dijo mi padre, cuya opinión sobre las inclinaciones literarias de sus dos hijos favorecía claramente a mi hermana menor, Nora-. Hmmm… ¿vos creés?
-Está leyendo un montón de libritos sobre temas científicos, Cazadores de microbios, la biografía de madame Curie, qué se yo. Es hora de que se enfrente con algo más serio. Yo creo que ya es un grandullón y tendría que probar.
-Si me dijeras Nora, sí, aunque solo tiene siete años. Yo veo cómo se divierte con las obras de Molière, que leemos juntos cada noche. Mario no tiene paciencia, le gustan los aviones…
Siguió un silencio que interpreté correctamente: mi madre se saldría con la suya y yo tendría que hacer frente a los siete tomos de la novela de Tolstói. A mis catorce años.
Catorce años.
No tardé en quedarme absorto con la lectura (…) Llegaba al final de un tomo con el inmenso placer de pasar al siguiente y el terror ante la inminencia del séptimo, que se avecinaba imparable.
En ese mismo volumen, prologado por Ida Vitale, ella recuerda también la lectura de la obra de Tolstói con catorce años:
Guerra y paz, descubierta quizá antes de tiempo, tal vez fue la obra que más veces releí.
Una buena parte de estas “memorias lectoras” la encuentro de vez en cuando en las cartas de Substack a las que estoy suscrita. Joyce Carol Oates tiene una titulada: Historias que nos definen donde cuenta:
En mi segundo año de secundaria descubrí el primer libro de Ernest Hemingway, con un título enigmático En nuestro tiempo, e inmediatamente me entusiasmó ver cómo los capítulos de una narrativa continua podían ser unidades autónomas al servicio de una estructura mayor y separables de ella. Con mi entusiasmo habitual, aprendí esta nueva y esquiva forma y finalmente escribí varias “novelas” imitando a Hemingway, en mi primera máquina de escribir, que me regaló mi abuela cuando tenía catorce años.
Alguien podría decirme, con razón, que los tiempos han cambiado: ahora la infancia y la juventud no tienen tanto tiempo para estar concentrados en la lectura: las actividades extraescolares, la presencia de las pantallas y las series en televisión, la falta de tiempo, nada de enfermedades que postraban en la cama durante meses con la lectura como única compañía… Sin embargo, algo me devolvió la esperanza. La mediación sigue siendo algo importante (como se ve en el caso de Mario Muchnik).
Hoy en día se habla menos de estas sugerencias de lectura “fuera de edad”, pero uno de los newsletters que recibo, de Henrik Karlsson, un sueco que escribe sobre relaciones, la escritura y las infancias de personas excepcionales, envió hace algunas semanas una carta titulada Leer libros desafiantes con niños es divertido y probablemente útil. En ella cuenta cómo su hija pequeña de tres años sacó un libro de la estantería para leerlo juntos. Era Primavera de Karl Ove Knausgård. Tenía una imagen al final y empezaron a leerlo. Las preguntas de la pequeña buscaban dar sentido a algunas palabras y situaciones. Esto abrió un campo de lectura ilimitado que se concretó cuando Johanna, la madre, empezó a leer Guerra y Paz. En lugar de leerlo por completo, escogía breves fragmentos: “Los chicos que arrojan a un policía al río con un oso atado a la espalda, las intrigas románticas, la manipulación, las escenas en las que Natascha cuida al débil Andrei...”. La lectura debería ser tan estimulante para la infancia como para los adultos. Karlsson dice así antes de explicar algunas cosas muy interesantes sobre cómo funciona el aprendizaje cognitivo:
Hay libros para niños que han convocado esta energía para nosotros (Torbjørn Egner, La pequeña casa de la pradera, Harry Potter ), pero en términos generales, los libros para niños son un fastidio. Los personajes son planos, la ciencia está tan simplificada que no tiene sentido; no hay ningún misterio que desentrañar. Cuando los niños sacan libros de la biblioteca, lo que el personal les presenta es una afrenta al alma humana. No es posible mantener conversaciones interesantes sobre este tipo de libros, y las conversaciones son las que hacen que leer juntos sea divertido. Para Johanna y para mí, son sólo los libros los que nos entusiasman, los que nos permiten modelar lo que significa un profundo amor por la lectura. Los niños están perfectamente felices escuchando libros infantiles, pero incluso ellos (o al menos Maud, que ahora tiene seis años) pueden sentir la monotonía. Su reacción emocional ante los libros infantiles comunes y corrientes es similar a mi reacción al leer Twitter: es algo en lo que puedes sumergirte para pasar el tiempo, pero no la deja entusiasmada con la vida.
Las respuestas de los lectores son muy interesantes. Sí, estamos en un momento en el que muchos nos preguntamos por la calidad de las lecturas, por esa ayuda que proporcionan los mediadores para subir las escaleras hacia la complejidad. Como dice Henry Oliver (otra carta que siempre recibo con mucha alegría):
Mucha gente cree que la literatura es entretenimiento, una cuestión de disfrute personal, y oponen esto a la visión académica de la literatura. Dicen que estudiar un libro en el colegio les impidió disfrutarlo. Pero eso refleja una mala educación o es el resultado de ser un adolescente de mal humor. Cuanto más estudies literatura, más la disfrutarás.
El verdadero lector común no es la persona que lee a Jane Austen de la misma manera que lee a Agatha Christie o mira la televisión. El verdadero lector quiere ver un gran trabajo por sí mismo, saber qué es Jane Austen del mismo modo en que la única forma de conocer un río o una montaña es ir hasta él. El lector común quiere comprender, no sólo experimentar.
Comprender, y no sólo experimentar. ¿Qué opinas sobre este tema? ¿Estamos exagerando o es hora de volver a pensar en qué y cómo se lee?
Gracias por leerme. Si te ha gustado esta carta, compártela, comenta o corazonea.
Debate interesante, Ana. Mi aportación es en torno a cómo yo me enfrento a la atracción que siente muis hijos hacia las nuevas tecnologías, juegos y móvil. Me referiré a mi hijo de, ahora, 13 años. Intento poner a su alcance libros que pueden gustarle, ahora mismo le he cogido dos cómics en la biblioteca, uno de ellos bastante famoso, Lightfall (ya van por el tercer tomo). Intento no obligarle, solo recordarle, leer con èl... Seguimos leyendo juntos mucho álbumes ilustrados y poesia infantil y de tradición oral y lo disfrutamos. No se podría decir que mi hijo es lector, pero leemos juntos, disfrutamos y aprendemos. Intento que no se separe de la lectura del todo y qué compartamos ese ratito juntos tan especial, cerca de las palabras, de la intimidad, del arte...
Un saludo a todos y gracias por tus cartas, Ana, y por todos los comentarios.
Me encanta todo lo que reflexionas y compartes. Los niños y niñas no son tontos, son niños y niñas