En nuestro encuentro con Michèle Petit del mes pasado ella contestó ampliamente a unas cuantas preguntas. Hubo una, sin embargo, que no la respondió por no conocer el libro al que hacía referencia.
preguntaba esto:Justo al terminar Los libros y la belleza me puse a leer el último libro del también francés Michel Desmurget, Más libros y menos pantallas: cómo acabar con los cretinos digitales (Faites-les lire !: Pour en finir avec le crétin digital en su idioma original), que comienza citándola en varias ocasiones y, en muy resumidas cuentas, reivindica que para enfrentar las consecuencias del uso excesivo de las pantallas en la infancia y adolescencia, hay que salir de los "textos cuajados de humanismo y bellas palabras [que] giran más en torno a experiencias personales y especulaciones intelectuales que a demostraciones fácticas" y poner sobre la mesa todos los datos contundentes que demuestran los beneficios medibles de ser lectores. A mí me gustaría saber qué opinión le merecen este tipo de argumentaciones (que además la citan diciendo que "leer no sirve de nada y, precisamente por eso, es algo grande") y también si la preocupan especialmente las consecuencias en la lectura del uso de la tecnología desde edades muy tempranas.
Así que me faltó un segundo para empezar a leer el libro de Desmurget (¡gracias, Luciana!).
Desmurget es doctor en neurociencia y no invalida los libros que hablan en primera persona, pero quiere argumentar con datos, números y estadísticas la importancia de la lectura. Y no cualquier tipo de lectura sino lo que él llama lectores eficaces frente a lectores deficientes. El primer tipo de lector sería aquel capaz de afrontar textos complejos, que piensa, reflexiona, imagina y explica, frente a esos lectores deficientes que comprenden enunciados sencillos y para los que la lectura es simplemente, un ejercicio de comunicación.
Para ello, el autor desgrana datos de PISA, encuestas varias, estadísticas (la mayoría de países que las utilizan como Francia, Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, países nórdicos e incluso China, pero no asoman números de nuestros entornos como España y América Latina cuyas mediciones suelen estar en manos de federaciones de editores). A la luz de los datos, Desmurget nos muestra cómo la cultura occidental está más orientada al hiperocio, con textos escolares cada vez menos exigentes y una cierta tendencia a la simplificación. Cita a Maryanne Woolf y su ensayo Lector, vuelve a casa donde la investigadora expone cómo los retoques de numerosos libros clásicos y libros de texto han bajado el nivel a lo largo del tiempo. Sin embargo no hay falsas nostalgias: ¿antes se leía más? No parece cierto, pero sí que los textos de hoy en día tienen frases más cortas, la fluidez en la lectura ha caído y el deterioro de las competencias lingüísticas es más que evidente. Se lee peor.
Un menor que no lee más allá de sus tareas escolares, jamás superará la etapa de comprensión básica.
A diferencia del lenguaje, la lectura no se aprende de manera espontánea: es un reto biológico al que contribuye un buen ambiente familiar. Sin un hábito, hasta las novelas más pueriles resultan inaccesibles. La escuela, dice, crea decodificadores pero es la familia la que forja lectores. Desmurget insiste en un capítulo completo sobre la importancia de que la familia acompañe durante muchos años el proceso lector. No es lo mismo descodificar (leer) que comprender, y propone numerosas actividades lúdicas para ayudar en la comprensión, fijar más vocabulario, habituarse a la complejidad de textos difíciles, y reforzar la idea de que la lectura es un proceso lleno de retos para compartir, además de una actividad donde los lectores tienen un papel activo. En este caso, el famoso “léemelo otra vez” cumple una función primordial, al dar a los lectores la oportunidad de ir construyendo poco a poco el sentido. Para el autor, la lectura compartida reduce incluso el riesgo de hiperactividad probablemente porque impone de manera reiterada un entorno interactivo tranquilo.
Los adultos están ahí para asegurarse de que el niño entiende el vocabulario, las ideas, las conexiones lógicas y las implicaciones de la historia.
El autor ensalza la literatura de ficción pero la mayoría de los ejemplos que pone se refieren a textos de no ficción, donde las habilidades para comprender, cuestionar, preguntar, y reflexionar quizás sean las más necesarias en estos tiempos que vivimos. Tal vez su próximo libro esté enfocado a los libros de no ficción. En sus valoraciones, y apoyado por numerosas estadísticas, indica que la lectura de cómics, por ejemplo, tiene un efecto menor en la creación de lectores que la ficción:
Los libros de ficción son la herramienta más eficaz para potenciar el lenguaje y las competencias lectoras (…) sea cual sea su edad. También los periódicos tienen un efecto positivo, aunque modesto. En cambio, las revistas, los cómics, los blogs, las páginas web, los sistemas de mensajería y las redes sociales ejercen un efecto entre nulo y negativo.
Mucho para pensar, sobre todo eso de que leer cualquier cosa vale. En este denso libro de casi quinientas páginas (una buena parte dedicada a la bibliografía), el autor presenta estudios que dicen que, por ejemplo, el nivel de comprensión de un texto escrito es superior a ese mismo texto en un podcast. Por supuesto, el efecto negativo de las pantallas está muy justificado: las consecuencias de su uso frecuente disminuye las habilidades en materia de lenguaje y de atención y, por lo tanto, en el rendimiento académico.
Desmurget no quiere, simplemente, echar datos y números, sino que hace numerosas propuestas para la creación de lectores: leer mucho, cuidar el ambiente de lectura, ofrecer textos cada vez más complejos, dedicar tiempo, y nutrir el lenguaje (con palabras inusuales, frases más extensas y una gramática más rica).
En estos días en que leía este libro, me llegaba la carta de Katherine Johnson Martinko, de su blog The Analog Family donde va contando sus experiencias en su familia sin nuevas tecnologías. Katherine no es una mujer retirada del mundo: es periodista y vive en Canadá con sus hijos de 9, 12 y 14 años que no tienen un teléfono móvil, ni tienen una tableta ni una consola de videojuego. En sus cartas, por supuesto, se habla mucho de juego al aire libre e individual, pero también de la importancia de la lectura en la familia. Ella escribió un libro sin traducción al español (¡editores!) titulado: Childhood Unplugged: Practical Advice to Get Kids Off Screens and Find Balance (algo así como Infancia desconectada: consejos prácticos para alejar a los niños de las pantallas y encontrar el equilibrio) que me ha cautivado por la forma que tiene de hablar sobre la infancia. Para ella recuperar la infancia como una parte enriquecedora y formativa de la vida es más importante que hacer lo que hace todo el mundo. La infancia es una etapa preciosa y fugaz y, ella dice, las pantallas son una entrada hacia un mundo áspero y vacío que prefiere evitar porque le parece más interesante que sus hijos jueguen al escondite, se aburran, construyan algo y den rienda suelta a su imaginación mientras aprenden a concentrarse en tareas importantes.
Ella cuenta, por ejemplo, que a raíz de la publicación de su libro, muchos padres le escribieron diciendo que ojalá hubieran retrasado el momento de darles un teléfono inteligente.
Es difícil ser un padre autoritario (léase: no autoritario) en una sociedad que actualmente enfatiza la idea de la “crianza amable”, un enfoque bien intencionado según el cual el permiso del niño parece ser un requisito previo para el resultado de cualquier decisión.
Estar alejados de las pantallas, hace que sus hijos sean más activos con su entorno, observen, y resuelvan por sí mismos cosas como manejar una situación inesperada donde no usan el teléfono sino que hablan con extraños y pueden pedir ayuda.
Hay algo liberador, incluso relajante, en saber que pueden navegar por el mundo por sí solos, en lugar de depender de un dispositivo que podría romperse o ser robado, acertadamente llamado "el cordón umbilical más largo del mundo". Creo que mis hijos están más seguros en general porque no tienen esa dependencia de un teléfono, ni están peligrosamente distraídos, con la mirada baja, los auriculares puestos, ajenos a todo lo que sucede a su alrededor. Lo mejor de todo es que están orgullosos y confían en su propia capacidad de moverse libremente en el mundo, y me encanta ver eso
En esta entrada, Dales libros hay unos cuantos consejos de sus rutinas familiares con la lectura.
Y leí estos días otra nota del crítico musical Ted Gioia, Mi plan de lectura para toda la vida que me dejó pensando porque yo sí que leo la mayoría de las cosas relacionadas con mi trabajo. ¿Tienes un plan de lectura? ¿Cómo son tus rutinas para leer? Por favor, deja en comentarios tus experiencias.
Y gracias por llegar hasta aquí. Buen verano (y vacaciones) para una parte del planeta y mejor invierno (y ojalá que con vacaciones también) para el resto.
¡Hasta septiembre!
Muchísimas gracias Ana. Tu carta nonpuede estar más en sintonía con mis propias indagaciones de estos días. Sabes que soy docente y el tema del móvil ( celular acá) y la atención me tuvieron preocupada este año. No son capaces de escuchar un cuento completo. O no lo eran, al principio del año. Y trabajamos duro la primera mitad para lograrlo ( tienen 14 años). Volvemos de las vacaciones esta semana y otra vez. Les pregunto ¿cuántas horas usaron diario el movil?. 8- 6- 12, responden. Justo terminé de leer ¿ Cómo aprendemos? De Stanislas Dehaene. Que habla de la atención y de la importancia del sueño ( y otras cosas) justo. El sueño y las pantallas no se llevan ( " duermo 6- 8- 4 hs me dicen). Iré por los libros que recomiendas. Gracias Ana! Beso Pato
Gracias Ana por esta carta tan interesante y al resto de compañeras por sus comentarios y experiencias.
Las nuevas tecnologías están ahí y me ha parecido muy interesante lo de la crianza amable. En mi caso, tanto a mi marido como a mí, nos ha influido mucho la presión tecnológica, es decir, que todos tengan móvil o que en la pandemia los niños se relacionasen a través del ordenador o de los juegos en dispositivos digitales. Digamos que hemos sucumbido. No queremos que nuestro hijo "se aísle" y lo pase mal. Intento buscar el equilibrio. A mi hijo no le gusta leer, pero sí que le lean, por lo que ahí sigo. Como le gusta mucho el deporte, intentamos que lo practique lo máximo posible e intentamos que no abuse del móvil.
Intento que mis hijos tengan buenas experiencias con la lectura y no obligarles, como he intentado con casi todo.
En cuanto a mí, la lectura es mi pan de cada día, es como hacer mindfulness, como respirar, es pura vitamina. Mis hijos lo ven y lo saben y, de momento, con eso me conformo.
Sigo regalándole libros, aunque no les haga gracia, les sigo leyendo, les sigo hablando con pasión de libros, de las librerías que me apasionan...les hablo de mí y de mis deseos. Me ven escribir, leer, aprender...me ven feliz.
Y, como no me quiero ir del tema, resumiendo, intentamos buscar el equilibrio en la crianza y que su vida sea lo más completa posible.
Un abrazo lector y felices vacaciones