6 niñas y niños que inspiraron clásicos de literatura infantil
Una carta llena de cotilleos, una encuesta para el próximo Club de Lectura, y el regalo de unas guías de lectura.
Pero antes de nada… ando mirando qué vamos a hacer en el año 2025 en el Club de Lectura. Estamos ya casi próximos a finalizar y estoy muy contenta con este grupo que ha mantenido con más o menos ritmo, lecturas y comentarios hasta el final. ¿Para el 2025? Tengo tres ideas tan diferentes que prefiero preguntar.
La primera: Cómo ha tratado el feminismo a la literatura infantil. Es casi una pregunta que trataremos de responder leyendo artículos teóricos y capítulos de libros. De marzo a diciembre (excepto julio y agosto que descansaremos) mandaría el segundo sábado de cada mes un documento teórico de lij para leer y un texto literario seleccionado. Obviamente el periodo más intenso será a partir de los años sesenta, pero trataré de ofrecer la posibilidad de reflexionar sobre, por ejemplo, los cuentos tradicionales (hay un texto maravilloso de Angela Carter en su libro Caperucitas, cenicientas y marisabidillas). 8 cartas y un temazo para explorar. Empezaríamos en marzo.
La segunda: Cómo leer literatura infantil. Cartas más breves pero más numerosas. El segundo y cuarto sábado de cada mes (excepto julio y agosto) enviaré cartas reflexionando sobre aspectos literarios tales como narrador, personajes, el suspense, el estilo, el punto de vista, el tiempo, el espacio, la tradición, la metaficción, la estructura, etc. Según lo escribo suena un poco formal, pero prometo que habrá ejemplos interesantes y la idea es ampliar los significados que tenemos con una lectura. (Estoy harta de que solo se hable del argumento y el tema en las reseñas que leo). Dieciséis cartas sobre eso que David Lodge llamó El arte de la ficción. Empezaríamos en marzo.
La tercera: No me olvides. Un curso por zoom (¡por zoom!) presencial (aunque se grabarán los videos para consultas posteriores) sobre mujeres en la literatura infantil. Algo así como una extensión de mi libro Las incursoras y de las muchas notas que dejé sin incluir. En cada sesión abordaré la vida y obra de cinco mujeres -algunas conocidas, otras, menos- donde también leeré fragmentos de su obra y veremos imágenes de ellas o de sus trabajos. Feministas, revolucionarias, viajeras, exiliadas, disconformes, provocadoras y excepcionales. Tengo una lista maravillosa. Las clases serían cada dos meses y empezaríamos en abril.
Dicho esto:
Si has participado en el Club o te gustaría hacerlo y quieres darme ideas, puedes hacerlo en los comentarios. ¡Gracias!
Ahora ya vamos con nuestra carta de cotilleos. Ya escribí aquí que ser padre no te convierte en escritor de literatura infantil, pero lo cierto es que hay un buen puñado de clásicos que fueron escritos para un niño o una niña en concreto. Esto también viene a cuento de mi carta anterior donde veía que muchos libros están escritos sin pensar en la infancia (si te la perdiste, aquí la tienes). No voy a hablar aquí de esos libros sino de los pequeños que recibieron por carta o de viva voz esas historias que se han mantenido hasta hoy. En algunos casos el libro marcó sus vidas, en otros, apenas podemos especular. He elegido seis pero tengo una lista con muchos más niños y niñas de los que, tal vez, hablaré en otras cartas.
Los seis elegidos son Carl Philip (Pedro Melenas), Alice (Alicia en el país de las maravillas), Samuel (La isla del tesoro), Vivian (El pequeño Lord), Alastair (El viento en los sauces), y Colin y Elizabeth (Doctor Dolittle).
1.
Carl Philip no llegaba a cuatro años cuando su padre, médico y psiquiatra alemán, decidió que escribiría él mismo algo después de mirar en las librerías y no encontrar nada que le gustara para su hijo como regalo navideño. Como él mismo contó:
¿Pero qué encontré? Historias largas o colecciones tontas de imágenes, historias morales que comenzaban y concluían con advertencias como: "El niño bueno debe decir la verdad"; o: 'Los buenos niños tienen que mantenerse limpios', etc."
El cuadernito en el que compuso unas rimas (era aficionado a la poesía) a las que añadió unas imágenes porque nada tendría un mejor efecto que la imagen sobre la palabra fue entregado a Carl esas navidades. Ese cuadernito casero, que hoy se conoce como Struwwelpeter o Pedro Melenas tuvo tanto éxito que un editor le propuso publicarlo, pero ¡ah! Hoffmann era un prestigioso psiquiatra que había publicado poesía, así que aceptó la publicación a regañadientes y por eso la primera edición fue con un seudónimo. En su momento el libro fue acusado de pedagogía negra, mientras que otros críticos lo vieron como una obra llena de humor oscuro y sátira.
Sobre Carl, poco se sabe. No hay fotos familiares. Parece que murió con 27 años y no sabemos si su comportamiento era como el de alguno de los niños que retrató en su libro.
2.
De quien sí hay muchos retratos es de Alice Liddel, la niña que inspiró a Lewis Carroll su historia Alicia en el país de las maravillas. La historia ha sido suficientemente contada pero ¿qué fue de esa niña que llegó a los ochenta y dos años? Nadie sabe por qué, con 11 años, Alice dejó de ver a Lewis, pero la bisnieta afirmó en un documental de la BBC que su madre aspiraba a casarla con un rey o un conde. De hecho, Alice se enamoró del hijo menor de la reina Victoria, Leopoldo, pero la reina deseaba una mujer de sangre azul. Como anécdota, la primera hija de Leopoldo con su mujer aristócrata, se llamó Alice, y el segundo hijo de Alice se llamó Leopoldo. Alice se casó con un hombre más o menos acaudalado con quien tuvo tres hijos. La bisnieta afirma que siempre fue una mujer “prepotente, altanera y mandaba a todos a su alrededor”. Dos de sus hijos murieron en la Primera Guerra Mundial y el marido lo hizo en 1926. Atravesada por los problemas económicos, en 1928 vendió el manuscrito que Lewis Carroll le había regalado de niña. En 1934, con ochenta y dos años, murió.
3.
Samuel Lloyd Osborne era el hijastro de Robert Louis Stevenson. Su madre había estado casada con un americano pionero que no desaprovechaba ninguna ocasión para estar con otras mujeres hasta que Fanny hizo las maletas con sus hijos y se fue a Europa. En París conoció a Robert Louis Stevenson con quien se casó. Samuel Lloyd tenía entonces doce años. Fue con él con quien empezó a escribir La isla del tesoro. Más tarde viajarían por toda Asia para establecerse en Samoa, donde Stevenson falleció. Samuel fue nombrado vicecónsul de Estados Unidos en Samoa. En Honolulu se casó con Katherine Durham y tuvo dos hijos. Años más tarde se divorciaron y años más tarde se volvieron a casar. Años más tarde se divorciaron nuevamente. En los años treinta vivió en el sur de Francia con una mujer cuarenta años más joven que él, con quien tuvo otro hijo (¡a los 68 años!). A principios de los cuarenta regresó solo a Estados Unidos ya que el país había entrado en guerra. Su mujer y su hijo llegaron cinco años más tarde: desembarcaron en Nueva York el mismo día, 22 de mayo de 1947, en que Samuel moriría en California.
4.
La historia de Vivian me encanta. Su madre, Frances Hodgson Burnett nació en Inglaterra pero vivió muchos años en Estados Unidos. Excéntrica, creativa y con una enorme imaginación, con trece años emigra con su madre a América y se pone a trabajar en una escuela. Durante años rechaza a un pretendiente -Swan Burnett, médico- con el que finalmente se casa. Tiene un hijo, Lionel y no para de escribir sosteniendo económicamente a la familia. Su libro favorito es La cabaña del tío Tom. Con el segundo embarazo su mayor deseo era que naciera una niña, pero llegó un niño al que llamó Vivien pero se lo cambió por Vivian, el nombre que habían pensado para su hija. A Frances le encantaban los trapitos, la vida social y escribía como una loca para sobrevivir. Empezó a confeccionar la ropa para sus hijos, que llevaban volantes, cuellos de encaje, y trajes de terciopelo inspirada en los niños franceses de las pinturas de siglos pasados. Enseguida les dejó el pelo largo que rizaba pacientemente para desesperación de sus hijos. En sus memorias, Vivian contó que, por las mañanas dedicaba horas a peinarles pero también durante ese tiempo los entretenía con historias que creaba para ellos.
En sus recepciones domésticas, ponía a los niños en el salón y un periódico local de Washington la acusó de utilizar a sus hijos para decorar. Vivian tiene una rara belleza.
Sea como sea, un día, Vivian, que es un niño precioso de ocho años y bien educado le dice que, ya que escribe tanto para adultos y apenas la ven más que cuando les tiene que rizar el pelo, que por favor, escriba algo que le guste a ellos. En la biografía escrita por Ann Twaitt la madre dijo: «Escribiré una historia sobre él [Vivian]», dije. «Lo situaré en un mundo completamente nuevo para él y veré lo que hace... ¡Cómo lo sorprendería y lo desconcertaría! Sí, ahí está, y Vivian será él... sólo Vivian, con sus rizos y sus ojos, y su alma pequeña, amable y amistosa. El pequeño Lord No sé qué». Una historia así se escribe fácilmente. En parte, la estaba viviendo ante mis ojos».
Y ahí nace El pequeño Lord. El libro es un gran éxito que seguramente la anima a divorciarse (un escándalo en la época). Ella se queda con Vivian y el marido con Lionel que muere tiempo después de tuberculosis. A Vivian siempre le persiguió la imagen del pequeño Lord Fauntleroy como mojigato y afeminado, aunque el personaje no fuera así. Los dibujos de Reginald Birch contribuyeron a esa imagen que le acompañaría en la universidad donde sufrió novatadas que lo obligaban a vagar por el campus con pantalones de terciopelo, cuello con volantes y una peluca dorada. De nada le sirvió ser una estrella del atletismo.
Años más tarde, cuando Vivian tiene casi cuarenta años, viven juntos en una gran mansión, en lo que parece ser una vida idílica, pero conoce a Constance Buel y se casa con ella y tienen dos hijos y viven con Frances que ha ampliado la casa. Vivian, ya muy lejos de esa preciosa imagen de niño con rizos está calvo y gordito y se ocupa de los negocios de su madre. En 1924 muere ella. Y en 1927 Vivian escribe A Romantic Lady para dar su versión familiar. En 1937, con 61 años durante un paseo en su barca descubre a otra embarcación con problemas y se apura para salvar a los cuatro personas. Cuando llega al muelle ha muerto. Infarto de corazón. El titular de la época del New York Times decía: "El pequeño Lord original muere en un bote después de ayudar a rescatar a cuatro personas en el estrecho, Vivian Burnett, hijo de la autora, que dedicó su vida a escapar de su papel de 'afeminado', estaba al timón"
5.
Alastair es el hijo único de Kenneth Grahame y Elspeth Thompson, con quien se ha casado cuando tenía cuarenta años. Kenneth había quedado huérfano con cinco años y vivió junto a sus hermanos en la decrépita casa de la tía materna, poco dada a afectos. Cuando se casa, trabajaba como secretario del Banco de Inglaterra y escribe algunos libros infantiles que tienen relativo éxito. Alastair nace en 1900 prematuro, ciego de un ojo, bizco y con un carácter “peculiar” (frágil y nervioso). Le llaman cariñosamente Mouse. Con tres años y medio le gusta tumbarse en la carretera para que los coches frenen. Con cuatro, en su fiesta de cumpleaños, después de abrir sus regalos, volvió a empaquetarlos en silencio. Por las noches, su padre le contaba historias que luego recopiló para El viento en los sauces, aunque el Times Literary Suplement dijo: “la obra es insignificante”.
La vida para Alastair no fue fácil. Sufrió acoso en los colegios, que abandonaba una y otra vez, con malas calificaciones. Su padre era exigente con los estudios. La madre, deprimida por un decepcionado matrimonio, pasaba el día en la cama. A los veinte años y después de suspender por enésima vez los exámenes de acceso a una universidad, se dirige hacia la vía del tren -uno de los lugares nostálgicos de la infancia de su padre- donde su cuerpo fue encontrado decapitado. El padre nunca más volvería a escribir nada reseñable.
6.
Y, por último, tenemos a Colin y a Elizabeth, los hijos del británico Hugh Lofting, un ingeniero que se alistó en el ejército y fue a combatir en la terrible Primera Guerra Mundial. Para comunicarse con su familia, en lugar de contar la espantosa vida en la trinchera, animar la cosa y no contar la verdad -la ficción es estupenda para ello- se inventó un doctor, el Doctor Dolittle. Hugh había creado cuando era pequeño un zoo en miniatura y un museo de la fauna selvática en el armario de la ropa de su madre y se divertía inventando historias para la familia. Tal vez eso inspiró a Hugh a escribir numerosas cartas con las aventuras de un doctor amante de los animales. ¿Qué mejor excusa para interesar a sus hijos en ese padre ausente?. La verdad es que, de estos hijos, se sabe poco. Hugh regresó muy herido de la guerra y su esposa insistió en que publicara esas historias, cuyas cartas guardaba celosamente, algo que ocurre ya en Estados Unidos cuando había emigrado con toda la familia. En 1920 se publica con un éxito monumental. Siete años más tarde muere su esposa y se casa en 1928 con Katherine Harrower Peters y parece atrapado en el éxito del doctor Dolittle porque lo manda a la luna, aunque no puede evitar hacerlo regresar ante la demanda de sus lectores. Casado años más tarde por tercera vez, tiene otro hijo, Christopher Clement (que falleció en 2021). Pero de los otros dos hijos: nada de nada. Tal vez consiguieron eludir el pesado legado en vida de su padre que fue ingeniero y devino escritor exitoso.
Hasta aquí la carta mensual. Ahora me gustaría contarte que preparé, junto a Raquel López Royo unas preciosas guías de lectura para quien quiera comenzar un Club de Lectura. Nuestra base es la conversación y poder hablar de libros tranquilamente pero, sobre todo, profundizando en aspectos literarios. Hasta el momento hemos hecho tres para estos libros:
La composición, de Antonio Skármeta con ilustraciones de Alfonso Ruano, que puedes descargar aquí.
La jardinera, de Sarah Stewart con ilustraciones de David Small, que puedes descargar aquí.
Y El armario chino de Javier Sáez Castán, que puedes descargar aquí.
Tres libros singulares: uno lleno de contenido que no deja de ser actual; otro que es imposible no amar; y el tercero, que muestra cómo la literatura infantil es un espacio para la fantasía total.
¡Que los disfrutes!
Gracias por leerme y hasta diciembre.
Las tres propuestas son muy buenas. Seguiría cualquiera de ellas, aunque quisiera profundizar más sobre aspectos literarios. Lo paso bomba con tus cartas y con las lecturas. El formato de una al mes da tiempo (aunque no siempre) a ir sin estrés, porque siempre hay profundidad en todo lo que escribes. Y sigo pensando que una sesión virtual le pone mucha salsa al curso: es una ocasión para aportar más sentido y argumentación a los comentarios y a explorar nuevas ideas. Mil gracias por continuar. Me alegra!!!
Me encanta la literatura Canadiense, además de la Americana , los Nórdicos y los clásicos europeos. Pero de Canadá siempre surgen autoras excelentes