Lo políticamente correcto y los libros informativos
¿Están los libros informativos reflejando la realidad? La respuesta corta es: no
Hay temas que no se tratan. Esta carta la tenía escrita hacía tiempo y en estos días ha surgido la monumental polémica sobre la obra de Roald Dahl y, de nuevo, la discusión sobre lo políticamente correcto. Pero no he querido desviarme porque todo esto no es más que la punta de un iceberg que lleva flotando en las aguas de la literatura infantil desde hace mucho tiempo.
Quisiera abrir la discusión para los libros informativos. El crecimiento exponencial del libro álbum en los últimos años ha significado la llegada de una gran cantidad de libros de no ficción. Ediciones maravillosas que se traducen en varios países, son premiados, y representan la nueva manera de ver y entender el mundo. Pero ¿de qué mundo estamos hablando? Basta un vistazo detenido a la producción para descubrir que los informativos también se pliegan a las modas, prefieren el lugar común, evitan los analizar los grandes problemas y buscan simplificar la mirada ante asuntos como, por ejemplo, el cambio climático, donde se ve claramente que a los niños se les incita a participar en una nueva revolución, mientras se les cuenta una versión diferente a la que nos contamos nosotros mismos: las grandes corporaciones, la política y los actos de los adultos no son cosas que se puedan cambiar con unos cuantos gestos de la infancia.
Por otro lado ¿necesitamos un libro más sobre Marie Curie? ¿Por qué hay tantos libros sobre el universo? Tenemos en España dos libros sobre las bibliotecarias a caballo en Kentucky ¿por qué nadie cuenta la historia de las misiones pedagógicas? ¿Por qué hay tantos atlas exitosos llenos de tópicos sobre los países que omiten las tensiones políticas y sociales? ¿Otro libro sobre las teorías de Darwin? ¿O uno más de animales?
En estos días he estado leyendo un libro que me ha dado mucho que pensar. Es del escritor y editor Christian Bruel y se titula L´aventure politique du livre jeunesse (La fabrique editions, 2022). Si bien es un libro para discutir y conversar muchas cosas (como que dice dejar de lado la valoración literaria de los muchos libros que analiza desde una perspectiva de lo político), abre un panorama renovado a las discusiones que empezaron en los años setenta sobre la literatura infantil y, en especial, las relaciones entre la mirada pedagógica, la política, la censura y lo políticamente correcto como fenómenos que han impulsado o retraído la producción. Bruel es el autor de varios libros comprometidos, como Julia, la niña que tenía sombra de niño, hoy imposible de conseguir en España y apenas rescatado en Colombia y Argentina por Babel y Calibroscopio. Algunos de los ejemplos que presenta son varias polémicas que llegaron a nuestros oídos, como la prohibición del libro de Katy Couprie Le Dictionnaire fou du corps, ampliamente premiado, y censurado por bibliotecarios de la ciudad de París porque en las animaciones les “chocan” algunas imágenes. Igual ocurrió en el país galo con Tous à poil de Claire Franek y Marc Daniau: un libro donde los protagonistas se van desvistiendo para llegar a una playa a darse un baño nudista. Esta galería de cuerpos desnudos escandalizó un político que lo blandió en la televisión como una afrenta a la educación de la infancia.
En nuestro país no ocurren estas cosas, dirán algunos. Claro, porque, a pesar de que casi el 40% de los libros infantiles son traducciones, estos libros envueltos en polémica que, en otro tiempo, hubieran sido una chocolatina para los editores, prefieren ahorrarse el lío. Ahorrarse el lío sería una buena imagen para definir lo políticamente correcto. En las editoriales se suceden manifiestos como que los libros deberán “ofrecer modelos femeninos y masculinos alternativos y nuevas relaciones de género” (concurso del Premio Nube Ocho). En otras, los libros deberán transmitir “valores humanos, sociales y culturales que ayuden a construir un mundo mejor” (Babididu), o: “ni las niñas son rosas ni los niños azules” (Galimatazo), o: publicamos “proyectos de literatura infantil que inspiran y promueven valores como la diversidad, el compromiso medioambiental” (Triqueta Verde), o: “sus álbumes ilustrados inspiran a sus lectores, promoviendo valores universales, manifestando el máximo compromiso medioambiental y proyectando una educación para la paz” (Cuento de Luz).
Está claro que, quien quiera publicar hoy un libro, deberá llevar un “lector sensible” incorporado. Es decir, tendrá que autocensurarse. El ilustrador Miguel Tanco lo contó muy bien en su carta de la semana pasada:
Mejor que no haya libros sobre política, sobre el hambre, los derechos humanos, la religión, la historia local con sus dramas abiertos: todo eso queda en manos de la ficción que para eso lleva años abriendo el camino. El mensaje correcto parece que ayuda a publicar un libro pero, ¿cuál es el mensaje correcto? Las listas de libros más vendidos están llenas de ejemplares sobre el empoderamiento de las mujeres y los temas progresistas. Todo eso vende más en las escuelas y en las ferias internacionales. No me alcanza para poner ejemplos pero la mayoría dan una imagen del mundo que los adultos consideran correcta, muchos hechos se presentan como afirmaciones y en raras ocasiones se deja a los lectores la posibilidad de tener opiniones propias. Más bien les indican cómo tienen que pensar para formar parte de la mayoría.
Hace tiempo escribí algo sobre esto donde pongo algunos ejemplos, por si quieres seguir con este tema.
Los comentarios son muy bienvenidos. Gracias por leerme.
Buenas tardes!
Gracias por tus reflexiones que me ayudan a encontrar a alguien que sabe nadar a contracorriente cuando es necesario.
Yo también estoy cansada de al ir a comprar cuentos a mis nietos me encuentro con libros para ellos, digamos de "falsa autoayuda", están de moda los de sentimientos y la verdad que muchos de ellos creo que están super dirigidos hacia un vacío de valores.
Joana Ferrà
Hola, Ana. Estoy totalmente de acuerdo con lo que planteas. Por mi parte, como editora, lo que he perseguido y sigo persiguiendo es anteponer la literatura y el arte a la instrumentalización, a los "libros para". En el caso de nuestro manifiesto, cuando escribí «ni las niñas son rosas ni los niños azules» pensaba en el hecho de que en el mercado editorial se tiende también a categorizar los títulos por sexo (libros para niñas con cubiertas rosas y purpurina vs libros para niños con héroes de acción o similar), no en seguir una línea editorial enfocada en esa idea. No obstante, a los editores nos hace falta autocrítica en ese sentido. Muchas gracias siempre por tus lúcidos textos. Es un placer leerte.