Carta 8: Adentro y afuera. El viaje.
Explorando un asunto que me fascina
Esta es la última carta de la primera parte de este club de lectura que hemos llamado Cómo leer literatura infantil, una especie de proyecto para adentrarnos en el arte de la ficción. Julio y agosto quedan para repasar, comentar, leer con calma, buscar ejemplos y asimilar toda la información. Hemos tenido ocho cartas ya para hablar de comienzos, personajes (una y dos), narradores (también una y dos), estructuras, y objetos. El segundo sábado de septiembre retomamos las cartas con nuevos temas: El centro o los temas, espacio y tiempo, las tramas, los diálogos, el lenguaje, los géneros, los símbolos y el final. Ocho cartas más para que nuestras experiencias de lectura se enriquezcan y tengamos nuevas herramientas para hablar/escribir/pensar la literatura infantil. Todos los comentarios siguen abiertos.
El tema de esta carta es un asunto que, quienes hayan hecho club de lectura conmigo saben que me fascina: el binomio adentro/afuera. No se habla mucho de ello en literatura infantil, aunque en literatura en general hay textos canónicos como el de Joseph Campbell, El héroe de las mil caras donde estudia cómo en los mitos y relatos ancestrales la idea del viaje del héroe es lo más importante. Idea que ha sido retomada posteriormente en libros de escritura creativa como el de Christopher Vogler, El viaje del escritor. También fue ampliado por María Tatar en su obra La heroína de las mil caras (libro que ya comenté por aquí).
La literatura infantil está llena de seres que entran o salen, que van y que vienen. Los cuentos populares son, quizás, el recuerdo más evidente de cómo ese acto está presente desde tiempos inmemorables: Caperucita roja, Hansel y Gretel, Pulgarcito, Ricitos de Oro. Una cuestión que atraviesa casi toda la literatura infantil: Pinocho, Alicia en el país de las maravillas (maravilla de adentro/afuera cuando sale y entra por el agujero para llegar a un mundo nuevo), La isla del tesoro, los libros de Julio Verne, Los chicos del tren de Edith Nesbit, que comparte con Heidi el destino de unos pequeños que deben abandonar su casa. El jardín secreto de Frances H. Burnett con esa niña que sale de la colonia para ir a Inglaterra y allí, en una sombría casa descubre el jardín (hay muchos afueras y adentros en este libro), o El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Lagerlöff. También en prácticamente todos los libro que vimos el año pasado en el Club de Lectura. Y así un largo etcétera. ¿Qué libros clásicos recuerdas donde los protagonistas salen del hogar?
Salir afuera siempre impulsa el relato: ¿Qué pasará? ¿Conseguirá lo que se propone? ¿Qué va a encontrar? El viaje es un recurso flexible que permite múltiples variaciones y, sobre todo, mantiene el interés por la lectura.
No todos los viajes transcurren fuera: las historias con personajes que tienen un conflicto psicológico, como hemos visto en los libros de Christine Nöstlinger, o Lygia Bojunga Nunes, suelen transcurrir en espacios cerrados para transmitir mejor ese “estar dentro de la cabeza” del personaje, y no quieren distracciones externas, aunque el binomio sigue funcionando porque hay un adentro de la cabeza y un afuera que es la realidad que tensiona. En Konrad, o el niño que vino dentro de una lata de conservas, Konrad sale de una lata, es decir, de alguna manera estaba dentro y la historia comienza de verdad cuando sale afuera, a la realidad del mundo de la señora Bartolotti. Rosemary Wells también es una autora que juega con adentro/afuera. En El saco de desaparecer todo transcurre en el interior, pero el protagonista descubre un saco con el que puede desaparecer, es decir, irse fuera. ¡Julieta, estate quieta! utiliza un armario para que la pequeña haga su acto de rebeldía: sin salir de casa, de alguna manera está afuera cuando se esconde. Me encanta el ejemplo de Tristán encoge de Florence P. Heide que podría decirse que es el viaje del antihéroe, pues Tristán, en lugar de crecer, decrece ante la mirada indiferente de sus padres.
En realidad, leer es una especie de salir fuera de nuestro espacio. En la infancia, a veces viajar de manera independiente solo puede hacerse a través de los libros, lo que me parece una analogía preciosa para mostrar ese deseo humano de querer estar en otro sitio, o tener curiosidad, o sentir atracción por lo incierto, o romper la rutina, o mirar nuevos horizontes, o, simplemente, huir.
Hay libros que juegan con este binomio. En Los tres bandidos de Tomi Ungerer la niña huérfana está en un carricoche (dentro) del que es sacada por los bandidos (fuera), que descubre un arcón con mucho dinero (dentro) y con el cual funda una nueva ciudad (fuera/dentro). En Ningún beso para mamá, de Tomi Ungerer, las cosas más intensas (pelearse con el despertador y con su madre, el regaño del padre, las travesuras y peleas en el colegio, los puntos del hospital) transcurren dentro de edificios, mientras que los momentos “afuera” son lugares de transición. Arnold Lobel lo explora de manera magistral en libros como Sapo y Sepo son amigos donde uno de los dos suele preferir quedarse en la cama a salir de aventuras. El interior siempre es confortable e implica resistencia a salir al indómito exterior. En Historia de ratones un papá acuesta a sus hijos y, en el interior de la habitación, empieza a contar historias donde todas, menos la última, transcurren afuera. Saltamontes va de viaje explora de todas formas posibles la idea del viaje del héroe según Campbell.
El viaje está estrechamente relacionado con el conflicto. En El gran libro verde de Robert Graves, se nos dice que el protagonista vivía con su tío, con su tía y un perro grande en una casa entre prados. Pero (qué maravilla cuando hay un “pero”): “Los padres de Jack habían muerto y sus tíos eran muy poco amables con él”. Un día descubre en el desván (dentro) un gran libro verde que resulta ser un libro de magia. Para probarlo, sale fuera y a partir de ahí se desencadena toda la historia. El viaje también es consustancial al héroe, es la esencia de la aventura. El viaje se convierte en una metáfora de la iniciación o del tránsito a un estadio diferente como vimos con el ejemplo de El túnel de Anthony Browne donde los hermanos se llevan mal dentro de la casa, salen afuera a jugar, entran en el túnel, y salen transformados.
Para viajar, se pueden usar varios medios: Irene la valiente de William Steig, lo hace a pie, al igual que Madlenka de Peter Sís y ¡Vamos a cazar un oso! de Michael Rosen y Helen Oxenbury. También, en ¡Qué bonito es Panamá! de Janosch, donde una parejita vive de lo más bien en su confortable casita hasta que aparece en el río una caja de plátanos que viene de Panamá y se instala en ellos el sueño de viajar hasta Panamá, lo que hacen a pie encontrándose con variados personajes y dando la vuelta a su propia casa hasta que la descubren como si fuera nueva y les parece lo mejor del mundo. En Jumanji de Chris van Allsburgh es un objeto que meten en la casa el que les lleva de aventuras. También puede suceder que se viaje en barco como en La excursión del señor Gumpy de John Burningham con su divertida secuencia acumulativa que va reduciendo sucesivamente el espacio (dentro) de la barca mientras navegan (afuera) por el río. También se viaja a caballo, se vuela, o se va en coche. ¿Tienes ejemplos de cómo se mueven los protagonistas de tus libros?