Peter Härtling: "Hay que enseñar a los niños lo que es el recuerdo"
Yo acababa de emigrar a Alemania, era una lectora incipiente y apasionada de literatura infantil, y me encantaban los libros de autores alemanes que renovaron temas y maneras de dirigirse a los niños. En especial me fascinaba Peter Härtling, capaz, allá por los años ochenta, de escribir sobre la guerra, sobre niños que no aceptan la autoridad familiar, o niños que tienen que vivir en una institución de acogida debido a problemas psíquicos. Me parecía sorprendente la manera en que mostraba facetas de infancias rotas o, incluso, en búsqueda del amor. Me dio mucha alegría cuando supe que, no solamente vivía cerca de Fráncfort, sino que accedió a que fuera a hacerle una entrevista. Me acompañó (y tradujo) Wiener Dierkes, a quien quiero agradecerle aquella tarde (y muchas otras cosas). Es una entrevista antigua pero, releyéndola, me parece que toca asuntos que son importantes todavía hoy: cosas que hemos olvidado en estos últimos años. Y por eso quiero darle nueva vida y compartir una parte de ella en este blog, porque hay autores que tenemos que poner urgentemente en circulación de nuevo.
Podría afirmarse que casi no hay ninguna pregunta que no se le haya hecho ya a Peter Härtling; por eso, cuando nos anunció con una sonrisa en los labios y recordándonos los buenos lectores que tiene en España, que aceptaba nuestra propuesta, la duda surgió inmediatamente: ¿cuál va a ser el criterio para seleccionar las preguntas?
No había publicado ningún libro recientemente ni tampoco había recibido un premio, de manera que cualquiera de estos eventos que permiten repasar la obra y figura de un escritor o escritora quedaban al margen.
Revisando lo que se ha escrito sobre él y las entrevistas que se le han hecho, pudimos comprobar cómo este hombre entrado en años y con una envidiable vitalidad había respondido pacientemente a las repetidas preguntas que una y otra vez le formulaban estudiosos – y no tanto – que deseaban mostrar a su público este escritor.
Así que, sin pretender aburrirle o más bien obligarle a relatar, como si fuera la primera vez, preguntas harto contestadas, nos planteamos una charla sobre la literatura infantil en general, con algunas referencias a su obra.
El entorno no pudo ser mejor: el hermoso jardín de su casa una tarde de julio, en su despacho – atestado de libros y papeles, claro está – y con la alegría que no sólo en Alemania brinda un día soleado.
Iniciamos nuestra charla con una pregunta obligada (cuya respuesta conocíamos de antemano).
¿Qué determinó que usted escribiera para niños?
Los libros que mis hijos leían cuando tenían 7 u 8 años y que, por curiosidad, leí. Nunca había pensado en escribir para niños, eso estaba muy lejos de mí, pero había unos libros que me daban mucha rabia: todos esos libros que tienen lugar en internados, esos libros de niñas donde los caballos siempre tienen el papel más importante. Me enojaba el desprecio con el que eran tratados los niños, incluso lingüísticamente. Así que al final me dije: hazlo tú mismo.
Entonces pasó algo que hasta hoy no he podido olvidar: cuando empecé a escribir un cuento pensé que no podía hacerlo, y ésa fue mi primera derrota, así que me ocupé de la literatura infantil de una manera más amplia, es decir, escribiendo sobre ella. Un escritor que antes no tenía nada que ver con libros infantiles, de repente aparece como crítico en la prensa. Un hombre, que ahora es uno de amigos íntimos, Hans-Joachim Gelbert me dijo: “¿Por qué no escribe libros infantiles?” Yo le dije que no sabía hacerlo y él se sorprendió, lo encontró muy curioso y me invitó al acto de la entrega de un premio de literatura juvenil en el año 69, donde hice una ponencia. Y esto fue el comienzo.
Empecé a tener ideas y me di cuenta de mis limitaciones. Caí en la cuenta de que en las conversaciones con mis hijos nunca había puesto atención a su lenguaje, nunca había percibido su perspectiva, nunca había hablado seriamente con ellos sobre sus problemas. Entonces ocurrió lo siguiente: es una historia muy graciosa. Yo estaba sentado allí (señala su despacho) y estaba tratando de escribir esa ponencia y me propuse como tema “La realidad de los niños”. Entonces comprendí que tenía mucho que aprender y, en ese momento vino mi hijo mayor, que por aquel entonces tenía 7 años y me preguntó: “¿ Por qué estás regañándote?”. Y le dije: “Bueno, sabes que tengo que escribir libros para niños y no se me ocurre nada”. Y cuando tuve a ese niño delante de mí le dije: “Bueno, cuéntame lo que has hecho hoy”. Y él empezó a contar y no se daba cuenta de que yo apuntaba todo; vinieron sus hermanos menores y también querían contar. Esos textos no los manipulé; los dejé, se los leí a los niños para corregirlos y después dije: “Yo también quiero corregir”, surgiendo de esa manera mi primer libro: El día a día de los niños.
¿Cuál fue, de niño, su primer contacto con la literatura?
Mi primer contacto fue muy desordenado. Empecé muy temprano a leer. Con 9 años leía libros no sólo para niños, como por ejemplo Leder-Strumpf (algo asi como “Medias de cuero”), sino libros de la biblioteca de mis padres. Iba con mi madre a la biblioteca municipal, donde tomaba libros prestados y leía a Eichendorff. Me acuerdo que leí Nora, de Ibsen, una obra de teatro de la que no entendí nada, pero con la cual yo me sentía muy entusiasmado. La literatura infantil como tal no la he leído nunca.
¿Cómo surgen los temas sobre los que va a escribir?
A veces surgen al estar ocupado en las novelas que escribo y que, más tarde he modificado. Escribí una novela que se titula Una mujer, y ese tema para mí siguió estando vivo, tan real, que lo continué en un libro infantil. Para mí los temas no son temas para niños, sino que depende de cómo los trato. Ésta es la cuestión.
En cuanto al cómo, hay una diferencia esencial que convierte a la literatura infantil en cautivadora desde el punto de vista del lenguaje.
Los niños siempre experimentan comienzos, para ellos todo es nuevo, algo único. El primer encuentro sentimental, el primer amor, la primera primavera, ir por primera vez al agua, estar por primera vez en tren o ir en coche. Todo es nuevo, mientras nosotros podemos comparar: algo ha sido mejor o peor. Esto, para mí, tiene algo que ver con la creación del mundo. Y es muy serio.
¿Hay algún tema sobre el que le gustaría escribir y no lo hace?
Bueno, no. Hay temas que son más difíciles cuando se escribe para niños, pero no hay ninguno sobre el que no se pueda escribir. El odio, el amor, la muerte, la violencia… depende del cómo, porque los niños no pueden comparar.
¿Lee literatura infantil? ¿Qué autores le interesan? ¿Hay alguno que no le guste?
Sí, hay algunos que me gustan mucho. Empecé a conocerlos relativamente tarde porque comencé a escribir para niños en el 69 y antes no me interesaba la literatura infantil. Más tarde conocí a algunos autores que me parecen buenos, y con los que mantengo amistad. Sobre todo, con Christine Nöstlinger, a quien estimo mucho; Klaus Kordon, que es muy bueno; y hay otros, como Hans Mans, que juega con el lenguaje y me gusta mucho…; hay un montón: Astrid Lindgren… su hija ha traducido mis libros al sueco…
También hay muchos que no me gustan, pero prefiero no dar nombres. No me gustan los escritores de serie que, simplemente, como la gente de la moda, inventa una figura y la mantiene en veinte libros.
¿Qué acontecimientos de su infancia le han influido en la literatura que hace para niños?
Eso me lo preguntan mucho los niños. (Hace una larga pausa, como si recordar eso siempre fuera algo para lo que necesita un esfuerzo especial.) Bien, perdí a mis padres con 12 años y viví la guerra muy mal. Crecí con mi abuela y eso fue una gran experiencia. Hay un libro titulado Muletas, donde cuento mis experiencias infantiles después de la guerra.
En ocasiones, en sus libros, hay un extraño que llega y cambia algunas cosas allí donde se instala. ¿Cree que la literatura infantil, mediante libros que dan esos ejemplos, puede ayudar a los niños a evitar determinados problemas, como la triste realidad del racismo en Europa?
Yo no sé si los libros pueden influir tan profundamente en los colectivos. Individualmente, sí. Al menos ésa es mi esperanza. Como niños, no solamente son influenciables, sino que tienen una fantasía que todavía no tiene protección y por eso se puede hacer algo. Pero lo que influye no es que yo escriba sobre el racismo, sino sobre qué significa sentirse extraño. En Ben quiere a Anna, el hecho de que Anna sea extraña, por sí misma, me parece muy importante. Y esto entra en las cabezas de los niños. No se deben escribir parolen* hay que narrar. Si yo escribiera parolen* sería aburrido. Anna es un personaje sobre el que los niños reflexionan mucho: ¿por qué es extraña?, ¿por qué viene de Polonia?
En sus libros, el compromiso ante la sociedad es claro, ¿opina que la literatura tiene un fin social?
La literatura puede ser de todo: fantástica, activista y, en cierta medida, puede ser realista.
Realismo para mí es, en el fondo, cómo se relacionan las personas: muchas veces mal, y narrar esto no tiene nada que ver con una crítica a la sociedad. Ante todo debe ser literatura.
En alguna ocasión los críticos de literatura infantil y muchos adultos opinan que los niños leen demasiada literatura de compromiso y que se les escatima literatura de humor, fantasía y ludismo. ¿Qué opina sobre ello?
Ésa es una opinión absolutamente errónea. El número de libros de compromiso para niños es, en comparación con la literatura de entretenimiento, de uno a diez. Esto no tiene ningún sentido señalarlo. Seguramente esta opinión tiene una base en el hecho de que se habla más y se trata más de la literatura infantil seria, pero ocurre igual en la literatura para adultos: la de entretenimiento, que es la que la mayoría lee, en las conversaciones no desempeña ningún papel, sino que es simplemente forraje.
Y ese forraje lo comen los niños con mucho entusiasmo (risas).
De las primeras historias que escribe para niños – El día a día de los niños -, donde emplea la primera persona, pasa a un narrador en tercera persona. ¿Por qué este cambio, que sólo en La abuela parece conservar, con el monólogo que mantiene la protagonista?
Esto es una consideración cierta. Tiene algo que ver con la profesionalidad. Los niños leen identificándose con uno de los personajes. Es inmensamente importante que durante la narración se mantenga una perspectiva. A los niños no les gusta que les miren desde arriba. En La abuela hay dos perspectivas: la de Karli y la de la abuela. Esto no lo hago normalmente. Trato de ver el mundo desde la perspectiva de los niños: así puedo describirlos como víctimas, cuando son traicionados por los adultos, olvidados, abandonados en el camino.
¿Por qué ha introducido la voz de un adulto en La abuela?
Había una razón especial. Cuando abordé La abuela, primero escribí todo desde la perspectiva de Karli y, cuando terminé, me di cuenta de que la visión de ese niño no permitía acercarse a la realidad de la mujer vieja, a todo lo que hacía.
Tenía que poner algo del otro lado y me dije: bueno, vas a hacerlo a través de monólogos.
Las cartas de sus lectores parecen ser algo importante para usted. ¿Por qué esa necesidad de conectar con ellos?
Recibo montones de cartas. (Se levanta y va al despacho para mostrarnos un cajón lleno de papeles. “Éstas son las de las dos últimas semanas”, dice sonriendo.) Significan mucho para mí. Y es muy distinto de las novelas para adultos. Los niños reaccionan porque todavía no tienen referencias y reaccionan muy rápido, heridos, más curiosos que los adultos. Y eso significa, cuando les respondo, que puedo completar el cuento, hacer algo. Respecto a Ben quiere a Anna, muchas chicas turcas dicen que está mal que Anna y Ben naden desnudos y entonces les respondo: “Yo os comprendo; en vuestra cultura, tal y como vosotras vivís, eso no es posible, pero sí en la mía. Y, además, me encanta” (risas).
Esa posibilidad de hablar de verdad sobre cultura sin que haya heridas, sin abstracciones, desde luego la aprovecho ( más risas ).
¿Cuál es su mayor preocupación, como escritor, frente al lector?
Sólo hay una: que los lectores se conviertan en analfabetos. Hace cuarenta años que escribo y no son ni memos ni más.
Sus libros en España mantienen las ilustraciones originales, algo que no es demasiado frecuente. ¿Es una imposición suya, del editor? ¿Qué opina sobre las ilustraciones?.
No todos. (Y va a buscar una edición catalana para mostrarlo, pero resultan las mismas que en la castellana.) Es decisión del editor español. Tengo muchas dificultades con las ilustraciones en general, porque marcan y a mí me gusta más cuando los niños tienen que crear sus propias imágenes.
¿Qué diferencias observa entre los adultos y los niños cuando dan su opinión?
Son muy diferentes. Los niños, cuando dan su opinión, son totalmente inocentes siempre y cuando los adultos no los dirijan. Son siempre muy críticos y muestran su rabia cuando leen los finales abiertos, que escribo intencionadamente.
¿Cómo se siente un escritor de literatura para adultos cuando escribe para niños? ¿Son dos roles?
Después de escribir El día a día de los niños me di cuenta de que el problema de los temas era el mismo. Lo único que varía es el proceso. Normalmente mi literatura, mi lenguaje, no es para niños y cuando escribo una novela puedo ser abstracto, pero para los niños tengo que precisar más el lenguaje, todo tiene que estar claro.
¿Qué escribe ahora?
(Se vuelve a levantar muy contento sin decirnos nada y trae del estudio una maqueta con su último libro. Nos lo muestra muy satisfecho.) Lena en el tejado. “La historia de Lena y Lars que quieren ayudar a sus padres, ser padres, y que descubren que sus padres también son personas”, reza el subtítulo.
Es la historia de un divorcio en el que Lena y su pequeño hermano no pueden entender esto. Se preguntan qué pasa y no quieren ser influenciados.
(Y tomando un lápiz nos dibuja una gran margarita – “De vuelta”, dice, agradeciendo las que le hemos llevado – y nos la dedica. Y ya, despidiéndonos casi, nos cuenta que le gustaría volver a escribir sobre la guerra; sólo lo hizo en Muletas y quiere que los niños tengan las mismas emociones que tuvo él, y que el sufrimiento de una guerra no sea ignorado por las jóvenes generaciones.)
Notas
* Parolen, en alemán, son los lemas que la gente grita en las manifestaciones.
PETER HÄRTLING
Peter Härtling nace el 13 de noviembre de 1933 en Chemnitz: es el primero de dos chicos. Su padre es el abogado Rudolf Härtling (1906-1945) y su madre Erika Hantzschel (1911-1946). Cuando Härtling tiene 10 años su padre es reclutado por el Ejército apenas un año después de haber instalado un bufete en Olmütz-Mähen.
La familia huye en 1945 hacia el oeste de Austria y el padre muere en un campo de prisioneros. Un año más tarde se trasladan a Nürtingen donde viven con estrecheces. Ese año la madre se suicida, y Peter va a vivir con su abuela y su tía, donde estudia, sin terminar, el equivalente al Bachillerato español, debido a problemas políticos con sus maestros. La pasión por la literatura se convierte en una vía de escape.
Sus primeras experiencias laborales transcurren en una fábrica, que abandona al poco tiempo, y comienza su labor como periodista para periódicos locales.
En 1953, publica su primer libro de poemas y dos años más tarde es redactor literario del Deutsche Zeitung hasta 1962. En este tiempo contrae matrimonio con Mechthild Mayer y publica obras como Unter den Brunnen, Gedichte – inédita en España – y Niembsch oder der Stillstand – ídem -, por la que obtiene varios premios en Alemania y Francia.
Después de una época de intensas colaboraciones en prensa, trabaja como lector y, más tarde como gerente, en la editorial Fischer hasta 1973, cuando decide dedicarse en exclusiva a la literatura.
Es en este período cuando inicia su contacto con la literatura infantil, decepcionado por los libros que sus hijos leían cada noche. Intenta escribir algo para ellos, pero su esfuerzo es en vano, y escribe en prensa críticas y reflexiones sobre la literatura y la infancia. De esta manera, el editor de Beltz & Gelberg le propone una conferencia con motivo del Deutscher Jungendbuchpreis. Y es en esta reunión, más bien seria, como relataría más tarde su editor, donde Härtling habla de su posición frente a los libros y los niños, iniciando de esta manera, la nueva corriente de literatura realista. Dijo Härtling en aquella ocasión:
“Estoy a favor de una realidad traducible que pueda abarcarlo todo. Juego, vida y también muerte. Hogar y guerra, bondad y crueldad. Pueden darse héroes, de acuerdo, pero no deben arruinar la realidad con su obcecación. Tienen que quedarse en ella. Hay que aclararles a los niños qué es la historia, qué era antes, y en qué es diferente hoy. Hay que enseñar a los niños lo que significa el recuerdo. Hay que hacer todo esto textualmente. Entonces ellos comprenden qué es lenguaje.”
Escribe entonces su primer libro para niños: El día a día de los niños. La discreta acogida de la obra por parte del público no desanimó al escritor que, dos años después, y superados los desconciertos iniciales de escribir para niños, publica ¿Qué fue del Girbel?, el relato de un niño minusválido, sin familia y con problemas de adaptación; libro proscrito durante algún tiempo de los escaparates de las librerías por mostrar en la portada a niños desnudos lavándose. A pesar de la ola de antiautoritarismo que se vivía en Alemania en esas fechas, el libro pasa desapercibido, Härtling sigue trabajando. Publica la novela para adultos Eine Frau y ésta le inspira un personaje de su siguiente cuento infantil. Le escribe a su editor en 1974:
“Y podemos hablar después de Semana Santa de un nuevo libro infantil. Hablamos en la última feria y se preguntaba usted si no se debería alguna vez escribir sobre niños y personas mayores. Este tema mantiene mi atención. En simples esbozos, tengo preparada en la cabeza una historia. Es, en muchos aspectos, un motivo básico de nuestro tiempo, abuelas que tienen que reemplazar a las madres… “
En 1975 se publica La abuela, -la historia de un niño que debido a la muerte de sus padres tiene que ir a vivir con su abuela, con los consiguientes problemas de adaptación de ambos- después de un intenso debate entre editor y escritor sobre la suerte que debía correr la abuela: morir o recobrar la salud. Sensibilizado por la reacción de tristeza que El Girbel provoca en los niños –“lloran leyendo al Girbel”, escribió al editor – decide darles a ellos la última palabra y, en un acto habitual ya en él, lee en voz alta la historia y después pregunta. La respuesta es clara: la abuela supera su crisis.
El libro recibe el Deutscher Jungendbuchpreis en 1976.
Un cuento sobre las constantes escapadas de un chico, publicado en una recopilación anual y titulado Largarse de casa, le anticipa el nuevo libro Theo se larga. Pero como Härtling no está dedicado en exclusiva a la narrativa para niños, ésta surge en su cabeza pero se desarrolla lentamente al amparo de obras de mayor envergadura como Hölderlin, definida en España como “una deliciosa antinovela histórica para niños de 10 a 90”.6 No sólo esta novela le restaba tiempo, sino también la expectativa de sus lectores y críticos después del premio.
Theo se larga le obliga de nuevo a defender la posición de sus libros, el realismo que a veces no gusta mucho o no es entendido.
“Como escribo para un público infantil de unos 10 o 12 años y, por definirlo de algún modo, no quiero hacerme pequeño ni obligado a ponerme a su altura, cuando escribo me veo, me siento continuamente obligado a vigilar que mi literatura no se empequeñezca, es decir, a mantener las pretensiones estéticas por encima de todo. La estética, el tono y el mensaje de esta literatura deben estar al nivel de mis otros libros. Temo sinceramente que yo no pueda escribir como escribiría un maestro (risas). Por el contrario, lo que yo busco con mi literatura infantil o juvenil, y precisamente Hölderlin llamaba a eso bocetos, aunque también se les podría llamar ejemplos, es en cualquier caso eso mismo, ejemplos de vida, bocetos de vida.”
En 1979 publicará una historia nueva que marcará su trayectoria como escritor: Ben quiere a Anna, la historia de un amor, pero también de un encuentro entre dos personas de culturas diferentes y su forma de actuar. A través de los cientos de cartas que recibe, el escritor descubre que los niños valoran lo mismo que él: la importancia de una amistad, el extraño que debe adaptarse, el desencuentro, la despedida….
Las cartas que le escriben sus lectores son para él lo más importante. Hace algunos años donó al Institut für Jungendbuchforschung de la Universidad de Francfort cerca de 50.000 cartas, donde queda constancia de lo serio que es para él su público. Sobre él dice que a partir de los 13 años los niños y niñas pierden espontaneidad, y mientras sugiere que quizás es la escuela la causante de ello, comenta con humor la manera en que a veces encuentra complicidad en ellos, como cuando no comentan nada en sus cartas sobre esos niños tan reales que pinta, que nunca ven la televisión, algo que él omite deliberadamente porque no le gusta nada.
Con Muletas, el escritor retorna de nuevo a su infancia, a la tristeza de la posguerra en la que se mezclan muchos sentimientos contradictorios. Cuando era niño creció con el régimen de los nazis y había una formación, una educación que él recuerda con agrado y de la que resultaba muy difícil liberarse. Entonces era un entusiasta de esa literatura. Dice que es como un veneno: entra en la cabeza y no se puede hacer nada para liberarse del influjo.
Jakob detrás de la puerta azul, Fraenze o Lena en el tejado, dejan bien patente su actitud crítica con la sociedad y de apoyo al niño, intentando abrir sus ojos al mundo y ayudarle en esos primeros encuentros, tal y como a él le gusta llamarlos.
A pesar de estar muy extendida en Alemania la corriente antiautoritaria, él no tiene una opinión muy positiva de ella, pues considera que a ningún niño le sirve estar educado exclusivamente en un sentido antiautoritario. “El niño en su vida va a encontrarse con un montón de gente que le va a poner límites.”8 Y pone como ejemplo la generación del 68, que educó a sus hijos así; la siguiente también y los hijos de estos últimos son más autoritarios.
Y el público parece estar de acuerdo con él, a juzgar por el éxito de sus obras, traducidas al árabe, español, francés, inglés, japonés, sueco…. entre otras. Saberse tan leído, sin embargo, no afecta a su escritura e incluso bromea con el tema, como cuando se le pide un truco secreto para todos aquellos que – en palabras de su entrevistador-9 “tienen la tentación de empezar a hacerlo para niños, quizá porque parece que con 30 o 50 folios ya han hecho una historia”. Y dice el escritor con malicia:
“Existe efectivamente un truco secreto, pero es cruel, particularmente si intentaran emplearlo escritores jóvenes. Deberían esperar a ser mayores antes de ponerse a escribir libros para niños. Soy de la opinión de que existe una fase entre la juventud y el llegar a adulto durante la cual se tiene una comprensión en exceso afectiva de la infancia y, por lo tanto, difícilmente se puede escribir sobre y para ella”
Foto: Andreas Arnold
Desde que dejó otras actividades para dedicarse a escribir, su vida profesional se mueve en dos ámbitos: las conferencias, charlas, encuentros, las lecturas en voz alta – una práctica muy generalizada en Alemania no sólo para niños, sino también para adultos – y sus libros.
Cuando está preparando un nuevo libro no concede entrevistas. La siguiente conversación tuvo lugar en su agradable despacho, un pequeño anexo a la casa con bastantes ventanas – un invernadero donde se cultiva la hoja impresa – que da al jardín.
De 8.30 a 2 toma su vieja máquina de escribir y teclea sin parar lo que será el futuro texto. Hace una pausa para comer con su mujer, y después vuelve a la escritura o se ocupa del correo.
Reconoce que su proceso de escritura en un poco extraño; una vez está el texto escrito con la máquina lo repasa a mano reflexionando todo. Luego lo dicta a una cinta, paso que para él es muy importante, pues escucha lo que ha escrito (quiere que pueda ser leído en voz alta); alguien lo copia y, finalmente, lo corrige de nuevo.
A pesar de estar inmerso en la escritura de su libro, todavía tiene tiempo para leer – dice que entre 50 y 80 libros al año -, disfrutar de su tiempo libre con su familia y amigos, nadar e ir de vacaciones.
Notas
Gelbert, H. J.: Peter Härtling como autor de libros infantiles. Un informe del taller literario, en Libro de materiales de Peter Härtling, Darmstadt Elisabeth & Rolf Hackenbracht, 1979. (De una traducción de Cristina Rodríguez cedida gentilmente por la editorial Alfaguara)
García Sánchez, J.:Hölderlin vence al tiempo. Entrevista con Peter Härtling, Quimera, 59, 1987.
Dilidüzgün, S.: Gespräch mit Peter Härtling (27-XI-.1991), Dyalog, Ankara, julio 1992
Bibliografía
Jakob detrás de la puerta azul, Madrid: Alfaguara, 1985
¿Qué fue del Girbel? Salamanca: Lóguez, 1987
Theo se larga, Barcelona: Salvat, 1987, Madrid: Alfaguara, 1992
Éste era Girbel, Vigo: Galaxia, 1990
Fraenze, Madrid: Siruela, 1991
Cuentos de la guerra y otros relatos, Madrid: Alfaguara, 1991
Ben quiere a Anna, Madrid: Alfaguara, 1992
El viejo John, Madrid: Alfaguara, 1992
La abuela, Madrid: Alfaguara, 1992
Muletas, Madrid: Alfaguara, 1992
Sofie cuenta historias: Alfaguara, 1998
Algo pasa en la librería: Santillana, 1999
Lena en el tejado: SM, 1997
Tía Tili hace teatro: Alfaguara, 2001
Con Clara somos seis: SM, 2005
Viaje contra el viento. SM, 2005
Algo pasa en la librería: Alfaguara, 2008
Hola abuelo, querida nieta. Destino, 2015
Uno de sus libros pertenece a un seminario sobre poética que dictó en la Universidad de Fráncfort: un libro enorme para entender los entresijos de la creación, El soldado español (Laia, 1988)