Lo que Astrid Lindgren leyó de niña y sus consejos a escritores de libros para niños
En mi último viaje a México entré, como siempre, en una de las tantas librerías de viejo que abundan por la ciudad. Con un lomo casi escondido entre libros más grandes, apareció, con su bonita cubierta, Mi mundo perdido, el pequeño volumen de memorias de la escritora sueca Astrid Lindgren. Un libro publicado en Estocolmo en 1975 y traducido por Herminia Dauer para Juventud en 1985. Un libro prácticamente inencontrable en España que compré enseguida para disfrutar de este género de memorias que tanto me gusta.
El libro, en realidad, es un gran homenaje al amor de sus padres y, contado como si fuera una leyenda, Lindgren detalla la historia de Samuel y Hanna, de cómo se conocieron y encontraron, cómo se escribieron cartas con las que alimentaron su amor hasta que, finalmente, se casaron y fundaron una familia. La granja Näs donde vivieron, las escenas cotidianas de una infancia sin duda feliz.
Tuvimos dos cosas que hicieron de nuestra niñez lo que afortunadamente fue: sensación de seguridad, y libertad. Nos sentíamos seguros junto a unos padres que tanto se querían y que siempre tenían tiempo para nosotros, cuando los necesitábamos, pero por lo demás nos dejaban jugar y retozar libremente por el maravilloso lugar que Näs representaba para unos chiquillos.
En este hermoso relato donde Lindgren habla de algunas cosas de su infancia (rutinas y obligaciones en la granja, relaciones con sus hermanos, consejos de vida -"¡Domínate y sigue!"- le decía su mamá cuando había que hacer trabajos rutinarios, estar mezclados con personas de distintas clases, edades y caracteres), también hay un lugar especial para recordar las lecturas de infancia que le marcaron.
En la escuela dominical ("los domingos estaban hechos para el aburrimiento") le entregaban junto a unos caramelos, una revista "con historias maravillosamente tristes de pobres desdichados que caminaban por la senda del mal hasta que (frecuentemente gracias a la intervención de una criaturita piadosa) se convertían y enmendaban."
La más extraordinaria aventura de toda su niñez, según confiesa en este libro, fue la lectura.
De las muchas leyendas que le contaban, recuerda que "pasábamos buena parte de nuestro tiempo investigando lo que en nuestro mundo era verdad o no".
Pero el recuerdo más nítido era en la cocina de Kristin. Kristin estaba casada con el mozo vaquero y era la mamá de Edit, que le leía "cuentos del gigante Bam-Bam y del hada Viribunda y hacía vibrar mi alma de una forma que aún hoy noto algo de ello".
Para un entorno y una época donde no era habitual tener libros propios, una de las cosas más emocionantes que recuerda es cómo en la escuela la maestra les llevaba unos catálogos sobre libros que podían pedir como regalo de navidad.
“El primero que yo poseí fue Blancanieves, en la versión ilustrada de Jenny Nyström, y en cuya cubierta aparecía una princesa más bien regordeta y de bucles negros.
Jenny Nyström
“Después me compré Entre duendes y nomos, con las inolvidables ilustraciones de John Bauer. Ser dueña exclusiva de un libro era como desmayarse de felicidad. Aun hoy recuerdo el olor de esos volúmenes, cuando llegaban nuevecitos y recién impresos. Primero los olfateaba, y no existía para mí un aroma mejor en todo el mundo. Estaba lleno de felices presentimientos y promesas.
John Bauer
Su segundo gran lugar de descubrimiento fue la biblioteca escolar de la sala de profesores.
“Yo me lancé a ella y devoré todo cuanto contenía.Desde La guerra de Troya hasta Robinson Crusoe y La cabaña del tío Tom, así como todo lo que de Julio Verne pude pescar; Memorias de un médico castrense y las novelas históricas de Ingemann; El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, El último mohicano, El libro de la selva, Los suecos y sus cabecillas, La isla del tesoro, Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn...Menuda lista de clásicos ¿no? Además, todas las maravillosas obras para jovencitas. Me parecía increíble que hubiese tantas chicas alegres y simpáticas en el mundo, que de repente estuviesen tan cerca de mí como si fueran de carne y hueso.
Sin embargo, su fantasía e imaginación no solo estuvo alimentada por obras clásicas. Lindgren leía de todo, también novela ligera y libros de moda:
“También en la escuela devoraba, las maravillosas descripciones referentes a los bellacos de El hombre de los puños de hierro, o con gran entusiasmo nos entregábamos a la lectura de Siete niños sin patria y La pequeña princesa. Igualmente me gustaban los baratos folletines de indios, que me echaba al coleto en grandes cantidades; las lacrimógenas novelas de amor de Hedwig Courths-Mahler y las devotas historias de Runa y Betty, que cada año regalaba el pastor a mis padres por Navidad. Todas esas obras eran buenas para mí, ¡ténganlo en cuenta!
Este breve libro, además de las memorias, incluye dos jugosos capítulos. Uno de ellos es ¿De dónde vienen las ideas? y el otro, que me gustaría comentar, es Breve diálogo con un futuro autor de libros infantiles, donde trata de responder a la pregunta tantas veces formulada "¿Cómo debe ser un libro infantil bueno?". Lindgren piensa que nadie se hace esta pregunta cuando tiene que hacer una antología de poesía, y a pesar de eso, se anima a dar un par de recetas. Mi favorita es esta (¡1975!):
“Toma una mamá divorciada (a poder ser, fontanera de profesión, aunque también sirve una licenciada en física nuclear; lo importante es que no "cosa" y que no sea "cariñosa"), mezcla esa mamá con dos partes de agua sucia y un poco de contaminación atmosférica, añade dos partes de hambre universal y otras dos de tiranía paterna o terrorismo de profesores, remuévelo todo bien con varias cucharadas soperas de discriminación sexual y, por fin, añade abundante cohabitación y toxicomanía. Verás cómo consigues un estofado la mar de sabroso y picante.
Depués de estas bromas (mira: ninguna persona sensata creerá que los buenos libros infantiles se escriben según una receta) y de confesar que no existe nada para enseñar a escribir un buen libro para niños, comparte un par de reglas básicas. Todo lo demás depende únicamente de ti y de tu talento creador.
La primera es:
“En mi opinión, lo más importante es que el lenguaje y el contenido de la obra formen un conjunto armónico. Lindgren detesta los libros con palabras incomprensibles o que obligan a los adultos a "traducir". Lo sencillo, dice, no tiene por qué ser trivial ni pobre. Y añade: los poetas suelen hablarnos de la vida, la muerte y el amor, de los más profundamente humano, con tanta sencillez, que hasta un niño puede entenderlo. ¿No te habías dado cuenta? Si quieres una receta, toma la de Shopenhauer: "Hay que emplear palabras corrientes y decir cosas extraordinarias.
La segunda es:
“Creo que debe y puede hablarse con los niños de casi todo, pero es muy importante la forma en que uno se exprese, para que ellos te escuchen. (...) Muchos de los que escriben para niños hacen un guiño a determinado lector por encima de las cabecitas de los pequeños. Buscan un acuerdo con los adultos y pasan por alto a la criatura. Te suplico que no hagas eso ¡nunca!
¡Gracias querida Astrid Lindgren!