Libros de historia para niños: la memoria y el futuro
Cuando hablamos de historia y libros (en general) para niños observamos que las mismas discusiones que atañen al género para adultos se reflejan en la producción de libros infantiles. La historia, como el recuerdo, forman parte de la identidad cultural de una sociedad. De la manera en que se presentan y se plantean dependerá igualmente de cómo un colectivo pueda interpretar su pasado para mejorar su presente y quizás, su futuro. Si durante mucho tiempo la historia fue considerada una ciencia, es decir, el análisis de datos y estadísticas, hace ya años que la historiografía se fija en otras cuestiones no menos importantes que los números, pero sí definitivas en cuanto a la interpretación de acontecimientos situados en el tiempo y en el espacio.
La historia es, también, una forma especial de pensamiento. Carlo Ginzburg en su ensayo El hilo y las huellas habla de la tarea del historiador como alguien que tiene a veces un hilo -el hilo del relato que nos ayuda a orientarnos en el laberinto de la realidad- y unas huellas. Esta amalgama de erudición, imaginación, pruebas y posibilidades hace que la tarea de historiar sea delicada y, por lo tanto, conflictiva. Está la historia oficial, la que representa una verdad, por lo general, la de los poderosos. Y luego están las tantas otras historias –de los vencidos, de los oprimidos y de los individuos- que muchas veces presentan otra realidad.
Hay un libro clásico de Marc Ferro sobre este tema, Cómo se cuenta la historia a los niños del mundo entero (FCE), en el que se desmonta la visión de las historias oficiales, colonialistas, bienintencionadas en la medida en que pretenden conformar un pensamiento colectivo. Historia y nación han ido muchos años de la mano. Esta tendencia ha afectado mucho a la producción de libros para niños. Por un lado, las coediciones han favorecido un tipo de libros de historia supuestamente objetivos y neutrales. Es decir, la historia de los poderosos: los castillos, los grandes próceres, los reyes, Egipto, las culturas lejanas. Eludiendo siempre las historias contemporáneas, aquellas que todavía tocan heridas.
Hasta hace poco tiempo la historia no permitía la narración: se consideraba que un historiador no debía “contar la historia” porque no era serio. En la actualidad se reconoce que las fuentes de las que estudian los historiadores son subjetivas. Muchas veces son testimonios de personas en primera fila de los hechos, otras son documentos personales. Los historiadores reclaman igualmente el derecho a ocuparse no solamente de las gestas públicas sino también de las escenas de la vida privada: los "sin voz” oficial, y, básicamente, la gente común y sus reacciones ante circunstancias extremas. Los hechos públicos se confrontan con los privados, y la labor del historiador es presentar un equilibro entre ambos. Para ello necesita la narración. Porque también en historia hay lagunas que la imaginación del historiador completa.
En los libros para niños ocurre lo mismo: abundan los libros que presentan unos hechos muy “objetivos” y, al mismo tiempo, aparecen historiadores formidables que dan una vuelta de tuerca al tema. Esto se aprecia, por ejemplo, con las colecciones Ecos de la Historia y Ya verás, de la editorial mexicana Tecolote, donde se busca de forma intencionada la voz de los que no aparecen en las historias oficiales. Como no existe una única versión del pasado, sino que éste se revisita según el presente, esta editorial propone una inteligente manera de acercarse a hechos de manera subjetiva. Ernst Gombrich recuerda, en un libro de conversaciones (Lo que nos cuentan las imágenes, Elba editorial), cómo cuando un editor le pidió -en 1936- que tradujera una serie de libros para niños sobre la historia, él prefirió escribir una nueva. “escribí un relato muy colorista (…) Nunca había estudiado historia pero sabía que iba a poder encontrar los hechos que necesitaba en la gran enciclopedia que teníamos en casa”. El libro era: Breve historia del mundo (editorial Península). La idea de que un niño puede entenderlo todo si se le explica con un lenguaje sencillo hizo que este libro, todavía hoy, se recomiende durante generaciones por, justamente, la imaginación que desprende. Su sensibilidad a los matices, remolinos, extravagancias, sombras y rarezas del pasado, así como un gusto especial por la vida cotidiana aparecen en cada capítulo de esta emocionante historia de la humanidad.
Al igual que Gombrich -que no se consideraba propiamente un historiador- encontramos libros que reflejan una cuidada documentación, como el escrito por Irene Vasco: La independencia de Colombia: así fue (Ediciones B), en el que con un formato de doble página y con alegres ilustraciones de Daniel Rabanal, repasa ese momento histórico desde los hechos políticos hasta los sociales.
La historia, como se ve, está conectada con otros ámbitos: arte, antropología, cultura popular, sociología, psicología. La labor del divulgador es hilar este conjunto de informaciones para entregar a sus lectores un texto con muchos matices. L.P. Curtis, en El taller del historiador (FCE) nos dice que el historiador “concibe su proyecto, reflexiona sobre él, busca pruebas, levanta estructuras, deambula por los archivos, lee atentamente bibliografías y catálogos (…) toma y clasifica notas, escribe una versión tras otra, pule la prosa”.
Una vez admitida la importancia de la prosa del historiador, su capacidad para divulgar y observar los detalles, llegamos a lo que los franceses llaman la historia “menor”, la historia de las pequeñas cosas, la de la vida cotidiana, la de los individuos. Y aquí, al igual que en los libros para adultos, encontramos muchos textos que parecen novelas o álbumes. Un ejemplo son los libros del ilustrador Peter Sís, (a quien hemos presentado en estas páginas) cuyas obras dedicadas a Darwin y a Galileo muestran la belleza y la verdad de dos figuras fundamentales en la evolución de la ciencia. No es casual que Sís haya elegido a estos dos científicos, viviendo en un país, Estados Unidos, donde todavía en algunas escuelas está prohibido el estudio de las teorías de Darwin. Así que en los libros para niños encontramos también pasión y compromiso.
Compromiso encontramos en libros como La historia de Erika (Kalandraka)
yRosa Blanca(Lóguez), en los que el ilustrador Roberto Innocenti, con un estilo hiperrealista, asoma a los niños al horror del genocidio nazi. Es difícil no revolverse en la silla cuando uno lee y mira estos dos libros que cuentan, cada uno, una historia de una persona que son, en definitiva, la historia de un colectivo.
Igualmente comprometido, y ya en nuestro ámbito idiomático, es el libroAbuelas con identidad. La historia de Abuelas de Plaza de Mayo y y los nietos restituidosdonde Carla Baredes e Ileana Lotersztain explican a los niños un episodio en la historia de Argentina todavía vivo. Como ellas indican:"hicimos el mayor de los esfuerzos por ceñirnos a la verdad, aun sabiendo que no hay una única verdad y que el debate está abierto".
Jeannette Winter también nos ofrece libros para reflexionar sobre personas que, en situaciones históricas excepcionales, han tomado decisiones que implicaban a su comunidad arriesgando incluso la vida. La bibliotecaria de Basora o La escuela secreta de Nasreen (ambos en Juventud) cuentan mucho más que un tratado sobre la guerra. Con lo que parecen pinceladas, los niños adivinan la opresión, el miedo, la violencia.
Lo que la historia sea, de qué trata, cómo procede y para qué sirve son cuestiones que están presentes en los libros para niños y ellos pueden ver a través de sus lecturas que la historia es una idea, un problema, un mito, una pauta, una imagen, una metáfora incluso. Es la constancia de las cosas hechas por el hombre y cómo afectan a su presente. Tal vez con estos libros y con muchos otros más, los niños pueden tomar decisiones para mejorar su futuro.
Este artículo apareció en la Revista chilena Había una vez con el título Conocer el pasado para entender el futuro.
Agradezco a la ilustradora July Macuada el permiso para incluir la ilustración del texto original.