Libros de artista para niños
En una entrada en este mismo blog contaba, a propósito de mi visita a la Feria del Libro Infantil en Bolonia, la aparición de un museo dedicado a coleccionar libros de artista para niños (aquí). O.P.L.A., en la ciudad italiana de Merano, es un archivo dedicado a conservar la memoria de libros excepcionales, como son los libros que muchos artistas han creado inspirándose en la infancia. Cuando hablé con el encargado del stand le pregunté qué eran para ellos "libros de artista" pues he encontrado en muchos lugares diferentes definiciones: desde libros realizados, en efecto, por artistas, hasta libros concebidos como esculturas. El responsable del archivo me dijo que, para ellos, se trata de artistas que, en algún momento de su producción han imaginado de forma íntegra un libro para niños. Y no importa si el artista era músico, como John Lennon y el libro que dedicó a su hijo Amor verdadero (Destino, 1999), arquitectos o diseñadores gráficos.
Una particularidad de estos libros es que el artista ha pensado el libro en su totalidad: cubiertas, guardas, tamaño... sin atenerse a ideas preconcebidas sobre lo que es un libro para niños. Bruno Munari (Milán, 1907-1998)es uno de los creadores más singulares.
Sus prelibri son doce libritos de 10x10 hechos a mano y listos para manipular. Sus diferentes texturas, colores, la forma como pueden ser manipulados... están perfectamente diseñados para que los más pequeños se dejen sorprender por los aspectos externos de un libro: hojas, páginas, encuadernación, formato. No tienen nada para leer, apenas una secuencia de imágenes. Su disfrute es el objeto por el objeto y la comunicación visual.
Libros para maravillarse y para disparar la imaginación en muchas direcciones (eso que tanto le gustaba a Rodari) son también las creaciones de una de las artistas contemporáneas más vinculadas con la edición infantil, Kveta Pacovska (Praga, 1928).
Esta imagen pertenece a uno de sus libros publicado en España por Faktoria K, Hasta el infinito. Nacida en Praga, estudió arte y comenzó con sus hijos a realizar libros ilustrados, "por la alegría de crear algo con ellos". Por suerte, esa alegría en forma de libros sorprendentes ha llegado también a otros niños del mundo gracias a las editoriales que los han publicado. Una de estas editoriales es Kókinos, que pone a disposición del público en español algunas de sus obras más emblemáticas: Caperucita Roja o El pequeño rey de las flores. Los libros de Pacovska, con el delicioso abuso del rojo que tiene y sus formas abstractas, nos llevan directamente a un mundo de fantasía y color, entroncan con el arte de Kandinsky y Paul Klee, y permite que sus libros sean, como ella misma ha dicho alguna vez, el primer museo que visitan los niños.
La italiana Iela Mari (Milán, 1931) es otra de estas artistas. Se declara autodidacta aunque estudió la carrera de Bellas Artes. Coetánea de Bruno Munari, aboga por la simplicidad y las formas planas. Sus libros son experimentos para contar, de manera poética, aspectos relacionados con la naturaleza y las formas cambiantes. A finales de los años sesenta, sus libros para niños son muy innovadores desde el punto de vista gráfico, con formas depuradas y muy estilizadas. En el libro Las estaciones publicado por Kalandraka (cuyo título original es L´albero), explora el mundo cambiante de la naturaleza alrededor de un árbol. Sin texto y con pocos elementos, recrea una naturaleza bucólica donde el uso de los colores pone en situación al lector respecto al paso del tiempo.
En otro de sus libros, Historia sin fin (Anaya) presenta el ciclo alimenticio: desde un animal que come a otro, hasta un cazador que también persigue a un animal. En ese mismo libro aparece la historia de un huevo y una gallina, explicando de forma gráfica un ciclo natural. La belleza de sus imágenes y cómo éstas pueden ser utilizadas para explicar acontecimientos de la naturaleza y la vida, fascinan desde la primera página. Al llegar a la última, es irresistible volver a comenzar por la primera, pues la narración no termina en sí misma y da una idea clara del carácter cíclico de esos hechos.
En contraste con el aluvión de imágenes que reciben los niños de los medios de comunicación, los dibujos de Mari buscan que nos fijemos en las formas y en los objetos. Libros en los que el análisis precede a la síntesis, imágenes que transmiten un aire poético y un homenaje a la naturaleza y sus formas cambiantes.
Por último, para no estirar demasiado esta entrada que podría ocupar varias páginas, me gustaría hablar de otro estilo de libro de artista, el desarrollado por Ann & Paul Rand. Ann Paul nació en Chicago y se dedicó a la arquitectura. Con su marido, diseñador, creó cuatro libros para niños publicados a finales de los años 50 que han sido "rescatados" en el 2007 por una editorial norteamericana. En España podemos encontrar dos de ellos gracias a la editorial Barbara Fiore. Paul Rand (Nueva York, 1916-1996) tuvo influencias de la Bauhaus y del constructivismo ruso, y sus ilustraciones muestran un minimalismo en las formas que resulta muy lúdico. En Chispas y cascabeles la autora dedica el libro a "todos los niños a los que les gustan los helados" y explica para qué sirven las palabras.
La traducción de Carles Andreu y Albert Vitó da justo con el tono que requiere el libro: poético y juguetón: " Algunas palabras son claras y alegres y hasta luminosas, como chascarrillo y castañuelas y chispas y cascabeles". Así son las imágenes también: chispeantes. Parecen decir: ¡despierta, despierta!, despierta a este maravilloso mundo de la imagen creativa.
Es muy tentador llenar esta entrada de muchas imágenes. Solo una más de estos creadores perteneciente a su libro El pequeño 1:
No se si me ha quedado clara en esta entrada mi verdadera intención. ¿Nos hemos dado cuenta de las maravillosas obras de arte que nuestros niños disfrutan en esa categoría denominada "literatura infantil"? ¿Somos conscientes, cada vez que les damos un libro como los que hemos comentado, del valor histórico, de su importancia en el desarrollo de un imaginario rico en expresiones artísticas? Me temo que a veces, en el montón de novedades de lo que ahora llamamos álbumes, estos libros no son considerados en su verdadera dimensión. Por suerte los niños se empapan sin preguntar ni averiguar. Como un helado de los que le gustan a Rand: se lo tragan entero y piden enseguida otro más.