Fotografía y libros informativos: el azar y la creatividad. Un ejemplo mexicano
Se ha escrito poco, poquito, sobre la fotografía en los libros para niños (prometo hacerlo pronto), y mucho menos sobre la fotografía, en especial la creativa, en los libros informativos (también lo haré más). Precursores como Tana Hoban, Bruno Munari; vanguardistas como Rodchenko o experimentales como William Wondriska... cada uno utilizó una manera de mirar y contar a los niños un pedazo de mundo, alejando a la fotografía del estereotipo que la relaciona exclusivamente con el documento y la realidad tal cual es. Y la realidad, todos lo sabemos, puede ser interpretada, recreada, mirada y transmitida según el ojo que observa y refleja. Este artículo habla de esa forma de mirar y lo hace comentando un libro muy especial.
Mi manoseada copia de Lotería Fotográfica Mexicana, Jill Hartley
1. La fotografía irrumpió a finales de los años 80 del siglo pasado en libros informativos para niños en colecciones como las publicadas por Gallimard, y Dorling Kindersley. Hacía su aparición como lo que se ha considerado tradicionalmente: la reproducción de algo real, el simple registro mecánico. El efecto fue espectacular por la calidad técnica de la fotografía, pero su impacto visual provocaba (y todavía hoy) un bloqueo en la percepción. Una mirada pasiva. En estos casos los niños y jóvenes consumen las imágenes sin preocuparse de efectos como estética, evocación, imaginación, y mucho menos del sentido cultural de las mismas. La foto es, simplemente, una reproducción bonita de la realidad. Es una mirada misma, no una manera de mirar. Así que si me preguntan qué hemos visto en la fotografía de libros informativos me atrevo a responder que: "siempre lo mismo".
2. En 1995 la editorial mexicana Petra nos sorprendía con un libro objeto titulado Lotería fotográfica mexicana. La autora, una fotógrafa norteamericana, Jill Hartley. El libro, una caja con diez cartones, 54 cartas de una baraja fotográfica con dos caras: una fotografía en blanco y negro y, al reverso, una copla o refrán. Además, un libro con el conjunto de textos e imágenes. El juego es simple: basta una superficie plana, unas judías o botones para ir marcando los cartones según aparecen las imágenes, y varios participantes que se turnan para cantar los versos mientras los demás buscan las imágenes correspondientes. Las fotografías pertenecen al imaginario mexicano, las coplas, también. La baraja funciona como como una tómbola donde el azar nos lleva a contemplar las imágenes en busca de su significado.
3. Lo que reflejan las fotografías son escenas, objetos y momentos del cotidiano mexicano. El adobe, el músico, el camión, la tortilla, el papalote, el borracho, el diablito, la muerte, el guajolote. Personajes y cosas que pueblan la realidad mexicana, la calle, las costumbres. Son imágenes en blanco y negro, despojadas del color tan típico en México, reducidas a su esencia. Muchas de ellas son una metáfora del objeto: la pera es una bombilla, el avión una sombra, el presidente es de piedra. Ya aquí nos propone el sabio arte de mirar las cosas de otro modo. Al usar el blanco y negro Hartley pone en manos de los niños fotografías que son arte culto, pero no lo parecen.
4. Hartley nos propone jugar. Un singular juego dialéctico en el que lo conocido se transforma en inesperado con el añadido de lo popular. Porque primero hay que cantar, primero está la palabra que otorga significado a la imagen. Luego hay que mirar. Y aquí nos recuerda que mirar no es algo espontáneo. Que en esta sociedad tan llena de imágenes hay que aprender a mirar y dar cuenta del mundo, volviéndolo a situar en su contexto cultural. La imagen, aquí, se presenta como un objeto al que la palabra dota de contenido y significado. Cantar el versito, mirar, descubrir. Aquí entra en juego la memoria, la historia, la tradición y la modernidad.
5. Y está la identidad. Es obvio que Harley ha estado en México, ha habitado esa mirada antes de retratarla, y ha organizado los fragmentos. En su propia construcción de la experiencia articula un discurso en el que se adivinan elementos autobiográficos y una poética personal. La fotografía en este caso, a diferencia de los registros mecánicos basados en la técnica, nos habla del sujeto mientras muestra el objeto.
6.De manera infrecuente a cuando se contemplan imágenes aquí se pide primero la palabra. Escuchar.
Del cielo cayó un bistec,
untado de mantequilla,
y en cada esquina decía:
"cómetelo con tortilla"
El jugador busca, con paciencia y reflexión, por entre las imágenes. Su experiencia personal le ayuda a encontrar la fotografía que corresponde a lo cantado. La memoria de un espejo. Las imágenes proponen un diálogo, una interrogación, una sorpresa. ¿Cómo, si no, imaginar a lo que corresponde esta otra adivinanza?
Teque teteque
por los rincones,
tú de puntitas,
yo de talones.
7. Regreso a lo básico. Al juego, a usar las pupilas al mismo tiempo que las manos, los sonidos y los recuerdos. Adivinar. Volver a esa infancia de mirar, tocar y nombrar. La percepción es un proceso activo y Hartley nos propone que los objetos representados en sus fotografías no son algo abstracto, se perciben dentro de un campo de significaciones. Baja la fotografía de sus soportes habituales, ya sean un marco, una televisión, un impreso y propone crear un vínculo entre la imagen y la sociedad que rodea al niño, le deja tocar el arte. Y le dice: antes de la cámara está el ojo, la mano. Y después, también.
8.La Lotería fotográfica mexicana es un conjunto de piezas que tratan de ordenar el caos de la mirada. Algo así como un Orbis Pictus moderno, un álbum familiar que la fotógrafa comparte con sus lectores, su memoria de viajera. Nada parece unir a las fotografías, salvo la intención de tomar unos cartones muy populares del imaginario mexicano y proponer un juego de azar, ofrecer una experiencia antes que algo técnico. El fotógrafo Joan Fontcuberta nos recuerda "toda fotografía es una ficción que se representa como verdadera. Lo importante no es esa mentira inevitable. Lo importante es cómo la usa el fotógrafo, a qué intenciones sirve" (El beso de Judas. Fotografía y verdad. Barcelona: Gustavo Gili, 2012)
9. Si hay algo que los lectores encuentran en esta singular lotería es una cierta belleza, de las formas, de los elementos, de la manera en que se presentan. El juego, las adivinanzas y la contemplación, son uno de los momentos más placenteros que tiene el ser humano de compartir su tiempo. ¿Por qué no con hermosas fotografías y con ingenio? La fotografía que aparece en la mayoría de los libros informativos para niños ha perdido esa función básica que es recordar que no hay imágenes sin imaginación.
10. Georges Didi-Huberman nos da el cierre: "Una sola imagen (...) debe ser entendida por turnos como documento y como objeto de sueño, obra y objeto de paso, monumento y objeto de montaje, no-saber y objeto de ciencia" ( Cuando las imágenes tocan lo real. Madrid: Círculo de Bellas Artes, 2013) Eso es, en resumen, esta singular lotería.
Jill Hartley (fotos)
Investigación y recopilación Elsa Fujigaki, Francisco Hinojosa y Alfonso Morales
México: Petra Ediciones, 1995
Una versión de este artículo apareció en el Nr. 14 de la revista Hors Cadre[s] y en el Nr. 14 de Fuera de Margen