El libro como objeto (y cinco libros increíbles)
Blancanieves de Warja Lavater
Ahora nos parece que los libros-objeto son esos libros de gran tamaño que se están poniendo de moda. Nada más lejos de la idea de un libro para manipular, para jugar y descubrir los límites de un formato tan claro como el libro. Libros que exploran las posibilidades artísticas del papel, el tamaño, el orden y hasta el contenido. Libros que invitan a los lectores a tocarlos, manipularlos, probar su resistencia y su significado. Los primeros libros así que nos vienen a la cabeza son los Prelibri de Bruno Munari, los de Warja Lavater, los de Katsumi Komagata. Artistas que formulan ideas y pensamientos mediante la imagen y el soporte físico. Historias que son creadas por los lectores según lo que el ojo les señala. Libros, en definitiva, llenos de posibilidades.
Todos conocemos los ojos iluminados de los niños cuando encuentran un libro así. Las manos tendidas, buscando los resortes imaginarios del libro, la emoción, la energía infantil de estar ante un reto. Más allá de los libros para bebés que tienen lengüetas, botones, y diferentes elementos para manipularlos, los libros objeto de los que me gustaría hablar abren un espacio intermedio entre el juguete y el libro, permitiendo a los niños introducirse en el dominio de lo simbólico y, posteriormente, en el del signo escrito.
Estos libros exploran, a su manera, un sistema de representación que tiene sus propias reglas y exigencias y, entrar en ellos, es también un primer paso en el campo de las convenciones creadas por un artista. El desplazamiento de los elementos típicos de un libro (una serie de páginas encuadernadas y unidas por unas tapas) no es gratuito sino que supone el establecimiento de estructuras lógicas.
Algunos libros utilizan el formato para ofrecer una nueva posibilidad en la estructura interna del relato. Por ejemplo, en El armario chino, de Javier Sáez Castán (Ediciones Ekaré), el relato divide la página en dos y obliga a los lectores a darle la vuelta una vez terminada la historia para, con distintos colores y mismas imágenes, contar una historia diferente.
Dos historias que parecen transcurrir en paralelo. Dos maneras de contarlas. Dos direcciones para leerlas y un juego que nunca termina, como el reloj de arena que aparece y, cada vez que le damos la vuelta, recomienza. Romper la dinámica habitual de un libro implica fijarse más en los detalles, que en este libro adquieren matices simbólicos y crean ambientes inquietantes a partir de una sencilla realidad.
De igual manera, en La tía Berta, de Felipe Márquez e ilustraciones de Jefferson Quintana (Camelia Ediciones), el tamaño apaisado del libro se entronca con el contenido de la historia, pues Berta ha decidido vivir en un ascensor, algo que no es casualidad, pues nació durante la Segunda Guerra Mundial, mientras explotaban las bombas y su madre se escondía en un túnel. En su trabajo, leía a Balzac y otros literatos, mientras ocupaba una gran parte de ese ascensor. Su filosofía de "estar por casa" se ajustaba perfectamente a su estilo de vida, como cuando le dice al protagonista que "todo en la vida sube y baja inesperadamente". Los collages de Jefferson Quintana acentúan ese sube y baja monocolor habitado por la imaginación de Berta y esa excéntrica vida que ha elegido.
El libro como objeto abre grandes perspectivas a la imaginación. Es un primer aprendizaje de la ocupación del espacio que será tan necesario en la vida de los niños. La primera lección de estos libros (si es que tienen alguna lección) es que el espacio simbólico está orientado. Gracias a la exploración y la manipulación, comprendemos mejor esa pequeña copia del mundo que es el libro. Algo que ocurre con el libroO arenque fumado de Charles Cros, con ilustraciones de André da Loba (Bruaá editora). Una caja a dos modestos colores con una promesa en el interior llena de luz y juego. Un rescate de un texto publicado en 1872 por el físico poeta e inventor (nada menos que de la fotografía a color) Charles Cros que cobra nueva vida en esta edición de sorprendente formato. Pues al abrir la caja que encierra este divertimento de poema (Habia un gran muro blanco -desnudo, desnudo, desnudo/ contra el muro una escalera -alta, alta, alta/ y en el suelo un arenque ahumado -seco, seco, seco...) se despliega un arenque lleno de colores y formas, recorrido por el texto, recortado por la forma. Explorar y manipular este libro, extenderlo ante los ojos, plegarlo por partes, mirarlo según se abre, es un primer detenimiento a observar la vida mediante la abstracción.
En la misma editorial portuguesa -de exquisito diseño y con un catálogo muy sugerente- encontramos el libro Isto ou aquilo? del checoslovaco Dobroslav Foll, un singular artista que, a partir de 1955, comienza a hacer libros para niños donde expresa con ellos su fantasía, humor y experimenta con nuevos formatos. Lo de la lámina transparente que se pone encima de una imagen para transformarla con el leve movimiento en otra cosa, puede parecernos algo moderno, pero este libro publicado en 1964 nos dice mucho sobre cómo un creador piensa en sus lectores para brindarles una experiencia singular frente al libro. Isto o aquilo? un libro sin palabras invita a una primera inmovilidad del cuerpo -algo habitual en la lectura- para concentrarse en juegos de formas y volúmenes, de figuras que cambian según se mueva la lámina rayada. La mano del lector se pone en acción para dar vida y significado a lo que encierra este pequeño libro. Aquí, artista y niño extienden habilidades por igual. El adulto, explora, el niño, acciona y con su gesto despierta el deseo de interpretar, de leer el mundo depositado en sus manos.
Por último, me gustaría hablar de un proyecto lúdico y desenfadado montado por la ilustradora Cintia Martín y la escritora Consuelo Digón que se llama Ediciones Tralarí. La mayoría de sus materiales han sido autoeditados y publicados gracias a campañas de crowfunding. En ellos encontramos la filosofía de libros-objeto que encierran curiosidades y divertimentos, como la primera entrega titulada Cuentos Infinitos. No sé si podemos hablar de libros, pero sí de objetos (flexágonos como los llaman ellas) que contienen historias. Cuentos de fórmula que aparecen cuando se manipula el papel, cuando se pliega y se dobla y se mueve para que vayan surgiendo estos cuentecillos sin fin.
Otro bloque de flexágonos contiene tres historias cortas, pequeñísimos relatos para iniciarse en el juego de la palabra. Y el último de los objetos publicados es Veo bichos, una aventura a la que invitan a los lectores a dibujar sus propios animales en este laboraberinto de hojas que se abren y despliegan y que llevan incorporados unos lápices y un flitro rojo que hace aparecer y desaparecer algunas figuras.
Libros todos ellos que suscitarán entusiasmos, juegos de manos y ojos, curiosidad por conos textos y sorpresa por lo que encierran unas pocas páginas.