Eduardo Galeano y la literatura infantil
La primera vez que leí a Eduardo Galeano fue hace muchos, muchos años. Yo acababa de terminar mis estudios de magisterio y había decidido con cierta determinación que quería dedicarme a los libros para niños. En aquella época (hacia 1989) había mucho publicado, muchísimos libros buenos, colecciones estupendas con lo mejor de lo que se publicaba fuera de España. Y había una editorial hacia la que sentía un especial cariño por los libros comprometidos que publicaba. Una rara avis en un mercado pujante en busca de sus lectores. Esta editorial, Lóguez, tenía un catálogo con libros que ahora se llamarían "perturbadores", con libros que no hurtaban a los niños las realidades sociales y políticas que sus editores consideraban importantes transmitir. Uno de los libros que publicó fue el de Eduardo Galeano, La piedra arde. Este libro formó parte de mi acervo durante años, cuando iba a hacer talleres o charlas, cuando abrí mi pequeña librería y tuvo un lugar destacado en sus estantes.
La piedra arde es la historia de un niño, Carasucia, que en un paseo por el bosque encuentra una piedra ardiente. Pronto descubre que la piedra tiene poderes y acude con ella a visitar a un viejo lleno de marcas físicas (y psíquicas), con los dientes rotos, con una vida, suponemos, traumatizada. Carasucia le dice que toque la piedra y volverá a ser joven. La respuesta del viejo es toda una lección de sabiduría y resistencia: "si parto la piedra, estas marcas se borrarán. Pero estas marcas son mis documentos ¿comprendes? Mis documentos de identidad. Me miro al espejo y digo: "ese soy yo", y no siento lástima de mí. Yo luché mucho tiempo. La lucha por la libertad es una lucha de nunca acabar. Ahora hay otros que luchan, allá lejos, como yo he luchado. Mi tierra y mi gente no son libres todavía. ¿Comprendes? Yo no quiero olvidar. No parto la piedra porque sería una traición".
Este cierre, siempre, siempre que terminaba de leer el libro en voz alta, inauguraba un profundo silencio en la sala. Ni las preciosistas ilustraciones de Luis de Horna matizaban la fuerza y el despertar de su poderoso mensaje.
Tres años más tarde comencé a viajar por América Latina. Me regalaron Las venas abiertas de América Latina que devoré con el placer de iniciarme en un autor que me acompañaría de muchas más maneras: con otros libros, con todos sus libros, como les pasa a tantos lectores. Mis favoritos eran la trilogía Memoria del fuego, originalísima aproximación a la historia de América Latina y sus culturas, y Patas arriba, un compendio sobre los desastres de la educación. Había también un cuentecito que apareció en El libro de los abrazos que me gustaba leer cuando abría una sesión con mediadores. Era un cuento debido a Onelio Jorge Cardoso que se llama El arte para niños, y dice así:
Ella estaba sentada en una silla alta, ante un plato de sopa que le llegaba a la altura de los ojos. Tenía la nariz fruncida y los dientes apretados y los brazos cruzados. La madre pidió auxilio:
-Cuéntale un cuento, Onelio-pidió-. Cuéntale, tú que eres escritor.
Y Onelio Jorge Cardoso, esgrimiendo una cucharada de sopa, comenzó sus relato:
-Había una vez una pajarita que no quería comer la comidita. La pajarita tenía el pico cerradito, cerradito, y la mamita le decía: ¨Te vas a quedar enanita, pajarita, si no comes la comidita¨. Pero la pajarita no hacía caso a la mamita y no abría su piquito…
Y entonces la niña lo interrumpió:
-Qué pajarita de mierdita-opinó.
Algunos años más tarde, con el editor con el que estaba trabajando en ese momento, y al hilo de un comentario que me hizo sobre su búsqueda de libros para primeros lectores -tarea que le resultaba difícil- le sugerí que en la primera parte de la trilogía Memoria del fuego había unos mitos contados de manera muy bella que, bien escogidos, podrían conformar un volumen para estos lectores. Así vi aparecer tiempo después el libro Mitos de Memoria del fuego en una hermosa edición ilustrada por Elisa Arguilé. El propio Galeano escribió un prólogo donde dijo:
Los libros no creen en la edad. Según ellos, su propia edad, la edad de los libros, es un detalle que carece de importancia, y tampoco les importa ni un poquito la edad de los lectores. Pero yo quiero confesar, y mi libro también, que nos da alegría ir al encuentro de los jóvenes más jóvenes, acompañados por las espléndidas imágenes que ilustran esta selección de los mitos indígenas.
Algunos años más tarde, la editorial Libros del Zorro Rojo amplió el catálogo de obras de Galeano para niños, lo puso en formato libro álbum, eligió a ilustradores que hacen más bien esculturas, y publicó dos nuevos libros para disfrute de grandes y pequeños. Historia de la resurrección del papagayo, ilustrado por Antonio Santos, donde el escritor uruguayo rescata y reescribe una leyenda brasileña a la que pone rima y ritmo:
“El hombre recuperó el habla, / y contó que el papagayo se había ahogado/ y la niña había llorado/ y la naranja se había desnudado/ y el fuego se había apagado/ y el muro había perdido una piedra/ y el árbol había perdido las hojas”.
El otro libro, un magistral trabajo de edición, es una selección de sueños que la mujer de Eduardo Galeano, Helena, le contaba por las mañanas y que fueron apareciendo en algunos de sus libros. Los sueños de Helena se ilustran con las especiales esculturas de Isidro Ferrer que, combinadas con estos singulares relatos convierten el libro en un objeto para mirar, leer, releer y ensoñarse. El propio Galeano dice en el prólogo a propósito de estas historias: “Helena me humilla cada mañana, a la hora del desayuno, contándome sus sueños prodigiosos. Entra en la noche como en un cine, y cada noche un sueño nuevo la espera. Mientras ella cuenta, yo bebo mi café en silencio. Más me vale callar”.
La verdad, nunca conocí a Eduardo Galeano más que por sus escritos. Estuve cerca de él muchas veces: yo era la que estaba en una mesa y vendía sus libros cuando iba a Casa de América o tenía la osadía de ir a firmar a la Feria del Libro. Vender los libros de Galeano es el sueño de todo editor (y, por ende, autor, librero, distribuidor). En pocas horas se podían despachar cajas y cajas con cientos de unidades, no importa qué libros.
Pero el sueño del lector, de una lectora como yo, es siempre mayor: haber encontrado a un autor cuyas lecturas me han acompañado por años. Gracias, Eduardo Galeano, tus escritos seguirán con nosotros.