¿Deberíamos leer todos los libros para niños que se publican como novedad? Dos ideas contra la "noveditis"
250.000 libros en la expo La huella de Borges
Empieza el año y, con él, la promesa de nuevos libros. Según los datos publicados en el estudio Los libros infantiles y juveniles en España, realizado por el Observatorio de la Lectura y del Libro (y que puede descargarse aquí), solamente en España, durante el año 2015 se concedieron 12.705 isbn para libros infantiles y juveniles. Naturalmente es una cifra que engloba cosas que ni los señores del ministerio saben clasificar, y desde luego esto no significa que todos los isbn concedidos sean para libros que finalmente se han publicado. Pero en caso de que sí se hubiera gastado todo el papel que necesitan esos más de diez mil libros, lo que nos interesa ahora es que esa cantidad significa, exactamente, 34 novedades por día. ¡34 libros por día! Naturalmente los que leemos libros para niños no recibimos esos libros (ni mucho menos, por suerte), pero 840 libros por mes son una cantidad enorme. Hace algunos años escribí un artículo sobre cómo la "noveditis" podía afectar a nuestro trabajo, artículo que hoy palidecería frente a la avalancha de libros que es imposible leer, organizar, reseñar... Pero mi pregunta es: ¿por qué debemos prestar atención a tanta novedad?
Si este es el panorama en España, basta multiplicar un poquito por varios países de lengua española y tenemos una cantidad inimaginada de libros. Muchas novedades se comparten ahora por las redes: desde muchos lugares podemos saber el libro que publicó nuestro autor favorito mexicano, o aquella poeta chilena que tanto nos gusta. Lo veo cada día en las redes: estas novedades desatan pasiones y también frustraciones (¿dónde lo consigo? ¿Cuándo llegará a mi país?), pero sobre todo, nos tienen bastante ocupados. Hace años, el intelectual Gabriel Zaid publicó el un libro con el título: Los demasiados libros donde ya aventuraba muchas cuestiones sobre si había demasiados escritores y escasos lectores. No parece ser el caso de los libros para niños, con gobiernos comprando novedades y un extenso mercado en español para las editoriales que saben moverse más allá de su geografía. Sin embargo, la imparable máquina de hacer libros (léase: la industria) está en marcha día y noche. Libros, libros y más libros que son "novedad", aunque muchos de ellos cuenten una y otra vez la misma historia. Encontrar algo novedoso resulta casi imposible. Confieso que si veo como novedad un libro más sobre monstruos, un poema "convertido" en album, niños que no quieren dormir (¡hay monstruos bajo la cama!), versiones de cuentos clásicos, ¡una nueva caperucita! o abuelos y abuelas (¡y con alzheimer!) me pongo a llorar.
Lo que ocurre con esta cantidad de libros es que, cada vez más, los otros libros, los que se quedan viejos porque no son novedad se van perdiendo en los catálogos y nadie habla de ellos salvo si son reeditados, o "rescatados", o puestos en nueva edición. Esta dificultad de hacer circular libros maravillosos me recuerda a una escultura -muy poco original, tengo que confesar- donde se construía un muro en cuya base había un libro. Llamada por algunos (pero no por el autor) como el impacto de un libro, para mí la imagen fue clarísima y me recordó a esos libros que se quedan atrapados bajo la montaña de novedades, sin poder salir de ahí...
Jorge Méndez BlakeAunque nos cueste reconocerlo, los libros para niños pertenecen a una industria en la que están involucrados muchos actores y, ya todos sabemos la importancia de los mediadores en este entorno. Sin embargo, esa aplastante realidad significa que:
Los libreros aguantan poco tiempo con las novedades, salvo los libros que se van vendiendo
Los críticos y especialistas están más pendientes de las novedades que de los "fondos de armario" como dirían en moda.
Los distribuidores demandan novedades con regularidad: es la máquina para hacer dinero efectivo
Este sistema representa para los editores (y creadores) un continuo pedalear que, a poco que se descuiden, les llevará a pensar más en la parte comercial que en la cultural. Es decir:
Se minimizan los riesgos evitando trabajos innovadores o difíciles de vender
Cuanto más familiar el tema, mejor se venderá (sólo hay que ver la cantidad de editoriales que de repente tienen libros sobre las emociones en sus cuidados catálogos)
Los autores e ilustradores tienen que publicar varios libros al año para atender esta demanda
Los temas se repiten descaradamente
Apenas se promocionan los libros
Casi nunca se sabe lo que se va a publicar en los próximos meses (haga la prueba: entre a su editorial favorita y trate de buscar lo que va a salir en febrero o marzo)
Los grandes medios han dejado de leer (y reseñar) novedades
Alicia Martin, Biographies
Sin embargo, los mediadores podemos hacer algo para ayudar a detener este ritmo (o aminorarlo), y propongo dos sencillas ideas:
1 Repasar los catálogos de las editoriales (¡que las editoriales tengan sus catálogos en papel por favor!). Preparar bibliografías acudiendo a catálogos físicos o virtuales (yo suelo usar y recomendar para búsquedas Lupa de cuento y canallector ), que hemos señalado, marcado, repasado y re-mirado. Eso nos ayudará a tener una mirada más fresca y hasta original sobre la producción, poner en diálogo muchos libros y recordar autores que nos gustaron.
2 Recomendar libros de hace mil años. Si son maravillosos ¿por qué no seguir hablando de ellos? Conozco mediadores que tienen un canon personal de no más de treinta libros que no son novedades: recordando y recomendando estos libros se les vuelve a dar vida, a encontrar nuevos lectores, a crear relaciones especiales entre los niños y los libros. (Además: a un editor le da igual vender un libro que acaba de publicar que uno que tiene siete años en el catálogo. Si los libros del catálogo se venden, se mueven por librerías y se siguen comprando, le estaremos garantizando al editor un ingreso que le permitirá editar menos o incluso apostar por libros de otra índole).