En mi trabajo sobre mujeres en la literatura infantil tengo un capítulo dedicado a aquellas mujeres que no se dedicaron al género pero publicaron algún libro. Y la lista es curiosa: Leonora Carrington, Marguerite Yourcenar, Carson McCullers, Sylvia Plath, María Teresa León, Elena Poniatowska e incluso Patricia Higshmith. En esta relación está también una autora de quien quiero hablar en esta carta. Gertrude Stein. Si algo caracteriza la producción de todas estas escritoras es una lealtad a su ideario poético, por encima de los estereotipos de qué significa escribir para niños.
El libro de Gertrude Stein es El mundo es redondo, escrito en 1939 (revisado en 1966) fue publicado en español por primera vez en 2019 por la editorial Tres Hermanas, manteniendo las ilustraciones originales de Clement Hurd. Una de las cosas que me ha sorprendido al revisar este libro es la práctica ausencia de reseñas en medios especializados. ¿Por qué? Aquí viene el perro que muerde. Pedimos una y otra vez literatura infantil de calidad pero cuando llega un libro singular como este, retrocedemos como si hubiéramos visto el cartel del perro.
Este libro, con una gráfica extraordinaria: páginas de color rosa e ilustraciones y texto de color azul dentro de redondeles blancos, narra la lucha interna de la niña Rosa de nueve años, al explorar ideas de identidad personal mientras se convence de que el mundo es redondo. La idea nació así: una de las jóvenes editoras de Young Scott Books, Margareth Wise Brown (que se estrenaba como exitosa escritora con Three Little Fireman) se preguntó: “¿Y si algunos escritores para adultos seleccionados con celo pudiesen escribir también libros para niños?”. Ernst Hemingway y John Steinbeck declinaron la invitación, pero Gertrude Stein aceptó encantada la oferta de brindar un libro “nuevo” para el público infantil. Y así nació El mundo es redondo.
Pero ¿Qué pasa con este libro que nadie reseña? Fiel a su ideario modernista, Stein escribió un texto donde la protagonista monologa y nos muestra como piensa mientras accedemos a una nueva exploración de los estados de ánimo de la infancia. El modernismo se basaba en el individualismo, en los experimentos con el lenguaje, en una enorme economía en la imagen y el texto, y en la corriente de conciencia. Todo eso está en este libro: Rosa se adapta a un mundo redondo y cambiante con lagos, la luna, un ojo de un búho, las estrellas, su boca cuando canta (y llora). Stein rompe con las tradicionales formas y técnicas: no hay una puntuación coherente (magnífico el trabajo de traducción de Cristina Pineda i Torra), la repetición es usada de una bella forma y la narrativa es fragmentada y discursiva. La simplicidad, el libro como un objeto que nos recuerda una tienda de caramelos y la impresión de movimiento están en cada una de las páginas. Por último, sobre la corriente de conciencia, este libro pone el foco en las experiencias vistas a través de los ojos de la protagonista y explora su mundo: sus consideraciones, colores, sonidos, gustos, disgustos, y emociones. Hay más cosas, como las cuestiones filosóficas que Rosa se hace sobre su propia existencia.
No es este un libro fácil: los aparentes sinsentidos, los juegos lingüísticos, el uso del lenguaje común para transformarlo en algo extraño, la falta de temor al ridículo con esa niña filosófica que habla sin parar mientras analiza lo que le rodea preguntándose cuál es su lugar en el mundo y encontrándolo después de un duro ascenso con una silla a cuestas. Rosa tiene un “otro”, que es el niño Willie, lo que nos ofrece sugerentes ideas sobre la nuestra relación con los demás. Quizás es un libro que merece ser leído en voz alta para no desperdiciar frases como “Si la tierra es toda redonda se puede caer una lagartija” o “Y Willie las tenía, eran maravillosos melocotones amarillos redondos verdaderamente redondos amarillos verdaderamente melocotones y había solo dos cestas de melocotones y Willie tenía las dos”. Al leer este libro en voz alta descubrimos una belleza singular, un canto libre que celebra muchas cosas, sobre todo, una forma nueva de pensar libros infantiles que necesitamos con urgencia.
En el interesante epílogo escrito por Edith Thacher Hurd, esposa del ilustrador, se nos cuentan muchas cosas acerca de este libro (cómo se publicó, las decisiones editoriales, la selección de la ilustración, las reseñas negativas, algunas positivas, la correspondencia) pero quisiera terminar con algunos fragmentos de la reseña aparecida en 1939 en The Horn Magazine escrita por Louise Sealman Bechtel:
Aquí hay un nuevo libro que es un nuevo tipo de libro, y me encanta. Tú y yo deberíamos turnarnos, capítulo a capítulo, riendo y agarrando el libro de unas manos a otras. Porque, por supuesto, es divertido descubrir lo bien que se lee. La historia es tan sutil; para algunos no será historia en absoluto, para otros una exploración reflexiva y completamente nueva de los estados de ánimo en la infancia. Para mí el conjunto es una experiencia creativa inolvidable. Es tan novedoso en su estructura, tan interesante en las rimas, tan “diferente” en su sentido del humor, que una persona de cualquier edad que lo lea siente que su gusto literario sufre varias sacudidas.
¡Gracias por leerme! Ya sabes: comenta, comparte o ¡corazonea!!
Lo buscaré y leeré. Me encantan los revolcones de lectura, estás sorpresas que te hacen leer desde otras perspectivas .
Qué maravilla de reseña, Ana, no conocía este libro y voy a buscarlo. De nuevo, este tema de lo literario, cuando hablamos de la infancia. ¡La infancia tiene derecho a leer literatura! Muchas gracias!:)